Recreación de la 'donación de Constantino'. |
Cuando el emperador romano Constantino permitió el libre ejercicio de la religión cristiana en el Imperio Romano, pocos podían imaginar que la Iglesia se convertiría en un terrateniente inmensamente rico y con poder político e influencia en Europa. La culpa la tiene un documento inventado, y sobre todo, un pacto entre un rey al que llamarían ‘el breve’ y un papa que sólo ejerció cinco años (752-757). Sin embargo, las consecuencias de esta alianza durarían más de mil años.
En época de Constantino, durante el siglo IV, los cristianos eran algo parecido a una secta grande que vivía en la semiclandestinidad, pero muy pronto sería la única religión tolerada en el Estado. Roma se acabó mimetizando tanto con el cristianismo, que la jerarquía eclesiástica sería lo único que sobreviviría a la caída del Imperio en Occidente y lo único que quedó de Roma en un entorno de inseguridad, violencia y guerras después de la deposición del último emperador occidental en el año 476.
El emperador Constantino. |
El Imperio de Oriente, con capital en Constantinopla, seguía existiendo, pero era cada vez más lejano y extraño. En teoría el emperador romano seguía siendo la máxima autoridad política de los cristianos y el defensor de la Iglesia siguiendo la famosa cita de Jesús “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Sin embargo, excepto en época de Justiniano, Constantinopla estaba lejos de Roma y los papas no tenían fuerza para defenderse de las amenazas de posibles ataques.
Así fue como en el año 752 los lombardos, un pueblo germánico que entró en Italia a sangre y fuego, amenazó a Roma después de conquistar el norte del país. La ciudad eterna estaba amenazada y no había nadie que la pudiera defender.
Los mayordomos de palacio
Al mismo tiempo, otro pueblo germano, los francos, estaban sufriendo una situación política bastante peculiar. Tenían una dinastía de reyes casi míticos, los Merovingios, pero los que realmente ejercían el poder eran los llamados Mayordomos de Palacio. En ese momento el mayordomo era Pipino, llamado ‘el breve’, el padre del que en un futuro no muy lejano sería Carlomagno.
Pipino ejercía todo el poder y el rey franco no era más que una marioneta. Por eso estaba ansioso por acabar con esta ficción y hacerse con el trono de verdad. Pero para ello necesitaba el consentimiento de Dios, y eso solamente lo podía conseguir a través de su representante en la Tierra, el papa.
El papa Esteban II. |
La pregunta de Pipino al Pontífice fue clara: “¿Quién debe ser rey, el que tiene el poder de facto o el que ostenta el título nominalmente?” La respuesta del papa también lo fue: “El que tiene el poder”. Esto significó que Pipino era el nuevo rey, pero a cambio de un trato: debía defender a Roma de los lombardos.
Pipino aceptó, no en vano los francos eran católicos desde hacía más de dos siglos. Así pues, los francos atravesaron los Alpes y derrotaron a los lombardos, reconquistando las tierras de Italia que habían conquistado. Una vez hecho su trabajo los francos se retiraron, y ahí surgió un nuevo problema: ¿a quién le debían ceder las tierras conquistadas?
¿Quién es el verdadero dueño?
Los bizantinos reclamaron el territorio. Ellos se consideraban los legítimos herederos de Roma y de hecho habían sido los amos de esas tierras hasta que las tomaron los lombardos. Sin embargo, estaban lejos y no pudieron hacer valer su reclamación. En cambio, el papado estaba mucho más cerca y aprovechó esta circunstancia para hacerse con las tierras. Pero, ¿cómo podía justificar esto sin incurrir en una ilegalidad?
Los Estados Pontificios en el S. XIX. |
El papa Esteban II utilizó un truco, mejor dicho, una falsificación. Sus sacerdotes –probablemente de los pocos en Europa Occidental que sabrían leer y escribir en ese momento- se inventaron un documento que debía justificar la conquista: la Donación de Constantino.
Según este documento, el emperador romano Constantino, antes de marchar a Oriente y fundar su nueva capital Constantinopla, cedió al papa de entonces las tierras del Imperio de Occidente. Es decir, no sólo Roma sino toda la parte occidental del Imperio. Así, el papa sería el dueño legítimo de medio continente y, por supuesto, de Italia. A los francos esta ficción les venía bien –Pipino era rey gracias al papa- y el papa podía presentarse como un soberano importante al que los demás reyes ñe debían su trono.
Fue una falsificación, ya que Constantino jamás cedió nada a ningún papa. Pero sirvió y se lo creyeron. Las consecuencias duraron mucho, mucho tiempo, ya que justificaron la existencia de los llamados Estados Pontificios, un país en el centro de Italia, que sería independiente hasta la reunificación italiana a finales del S. XIX, es decir, unos 1.200 años después. De hecho, el Vaticano sigue siendo el último resto de esta supuesta donación.
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