León de la Puerta de Ishtar. |
La muchedumbre se agolpaba en torno a la larga vía procesional que cruzaba Babilonia. Sus 20 metros de ancho estaban flanqueados por miles de personas que esperaban expectantes. La majestuosa Puerta de Ishtar, de casi 15 metros de alto, esperaba abierta de par en par. Sus impresionantes leones y toros en relieve destacaban, quietos y casi vivos, en la pared de ladrillos azules de la puerta. En ellos se reflejaban los tímidos rayos del sol de esa mañana de finales de octubre. El ambiente era de ansiedad. De una mezcla de tristeza y de alivio. De pronto, el gentío guardó silencio. Sonó un instrumento. Un sonido marcial, intenso, constante y firme. Un tambor. Los babilonios se aplastaban contra la muralla que protegía la avenida. Nadie se atrevía a invadir la calzada, pero nadie quería marcharse. Por allí, delante de sus ojos, iba a hacer su entrada un dios. El mayor soberano sobre la Tierra. Ciro el Grande, el rey de los persas. Era otoño del año 539 a.C. y Babilonia había caído.
Pero no fue un día triste. Los persas habían conquistado la que probablemente era la ciudad más grande del mundo con unos 100.000 habitantes. Sin violencia. No hubo saqueos ni destrucción. Nadie fue esclavizado ni asesinado. Ningún edificio fue incendiado. Babilonia ya no era libre, pero seguía viva.
¿Cómo se había llegado a esto? ¿Cómo es posible que la orgullosa capital se hubiera rendido ante el invasor sin ofrecer resistencia? Tan sólo 23 años después de la muerte del gran rey Nabucodonosor II –que había conquistado Jerusalén y dominado todo Oriente Medio- el gran imperio babilónico había dejado de existir y se había derrumbado como un castillo de naipes. La culpa fue de los dioses, o mejor dicho, de la guerra entre las divinidades.
Los protectores de Babilonia
Babilonia estaba gobernada por los caldeos, un pueblo semita que había conquistado la ciudad un siglo antes y que la había conseguido reconstruir de la destrucción sufrida tras décadas de guerras. Los caldeos, al igual que habían hecho todos los anteriores conquistadores, se adaptaron rápidamente a la cultura babilonia. Esto incluía el culto a los dioses tradicionales, en especial a Marduk e Ishtar.
Babilonia. |
Estos dioses eran los que protegían a la ciudad y a sus habitantes. Incluso eran los únicos que tenían el privilegio de ver cómo los todopoderosos y temidos reyes babilonios se humillaban ante ellos una vez al año para asegurarse su favor. Era un ritual extraño y curioso que se celebraba en el festival de Año Nuevo en primavera. El sacerdote de mayor rango abofeteaba al rey delante de Marduk y le obligaba a decir que no había pecado. Era la forma de salvar a su pueblo. En primavera todo vuelve a brotar, con permiso de los dioses, y el rey tenía que asegurarle a Marduk que Babilonia seguía siendo merecedora de su gracia, al menos un año más. Extraño ritual al que el rey no se podía negar, incluso un todopoderoso Nabucodonosor. Sin embargo hubo uno que lo hizo.
Nabónido, el último rey de Babilonia. Llegó al trono en el año 556 a.C. de manera algo turbia derrocando al nieto de Nabucodonosor II. Nabónido rápidamente se convirtió en un gobernante polémico. Su madre había sido sacerdotisa del dios Sin, el dios de la luna. Ella influyó muchísimo en su hijo, hasta el punto de que el temible dios Marduk tuvo que hacer sitio en el panteón real al nuevo inquilino lunar.
El rey Nabónido. |
Era una maniobra arriesgada que enseguida provocó resistencias. Los sacerdotes y los nobles, ya de por sí hostiles a Nabónido por la forma en la que había accedido al trono, no sentían ninguna simpatía hacia el dios Sin. Acusaron al rey de introducir en Babilonia a un dios extranjero, pero en el fondo temían que Marduk se enojara y decidiera poner fin al ciclo vital del año nuevo y castigara a la ciudad con su desaparición.
Nabónido jugaba con fuego. Incluso desapareció durante algún tiempo. Durante cuatro años se marchó a un oasis del desierto de Arabia. No se sabe por qué. Simplemente se marchó, y durante ese tiempo no se pudo festejar el festival de Año Nuevo. No se pudo pedir a los dioses que perdonaran los pecados de los mortales.
La ira de Marduk
A su vuelta, el rey se encontró con que los sacerdotes de Babilonia podían tener razón y Marduk podía estar enfadado. Muy enfadado. Al este, en las tierras que hoy se llaman Irán, se estaba conjurando una amenaza letal. Los persas, dirigidos por el tenaz Ciro II, entraron en Mesopotamia. Era la guerra.
Las ciudades del sur, la antigua Sumeria, caían una tras otra. Nada parecía interponerse en el camino de los persas. Los babilonios estaban desesperados, parecía que iban a ser destruidos. La culpa era de su rey y de su blasfemia.
Guerreros persas. |
Esta acusación llegó a oídos de Ciro, quien rápidamente quiso aprovecharlo. Prometió respetar Babilonia, a su gente y a sus riquezas, si le abrían las puertas de la ciudad sin luchar y le ofrecían el trono. A cambio Ciro se comprometía a reinstaurar el culto único a Marduk. Los nobles y sacerdotes aceptaron, al fin y al cabo Nabónido era un usurpador y un blasfemo.
En octubre de 539 a.C. un enorme ejército persa se presentó ante Babilonia. La traición hizo el resto. La mitad del ejército babilonio se pasó al enemigo que entró en la ciudad sin resistencia. Heródoto cuenta que fue durante una fiesta. Los persas habrían desviado el curso del río Éufrates y asaltado las murallas sin que nadie se lo impidiera mientras que en el centro de la enorme metrópolis sus ciudadanos festejaban a sus dioses. Nadie se habría dado cuenta. De pronto los persas dominaban la ciudad. Pocos días después entraría Ciro el Grande.
Nabónido fue apresado. No se sabe nada más sobre el destino del último rey de Babilonia. Ese día de octubre de hace más de 2.500 años significó el principio del fin de una civilización, de quizás la más antigua del mundo. Babilonia y toda Mesopotamia nunca más serían independientes hasta la creación de Irak, en el siglo XX.
Me alegra er a gente hablando sobre Mesopotamia. Aun así, algunas puntualizaciones:
ResponderEliminarSin (Nanna en sumerio), no era un dios extranjero, de hecho Sin era adorado en mesopotamia antes de la aparición del propio Marduk.
No hay que ver este tema con nuetra influencia cristiana de "herejía" etc, como buena cultura politeísta, se respetaba a todos los dioses, y se les adoraba. Ocurre que Marduk era el rey de los dioses en ese período.
Esta narración, elaborada tiempo después de la propia caída, es imposible de verificar. Y de hecho, lo natural es pensar que si tiene datos ciertos, estos serán parciales.
Un saludo.
Muchas gracias por tus puntualizaciones. Muy a tener en cuenta. Un saludo
EliminarExcelente investigación, se nota que no hubón el simple "copy & paste" que hacen otros bloggers desde Wikipedia y luego lo presentan como propio.
ResponderEliminarNo se hasta que grado te afecten o atraigan los relatos bíblicos, pero esta semana nos tocaba la lectura de Isaias Cáp. 43 al 46 y como de costumbre verifico los registros históricos seglares para aumentar la comprensión y la perspectiva del relato.
Allí hay una explicación de una fuente No-politeísta, donde el Único Dios Verdadero, el Yavéh, de los expatriados israelitas, anuncia, mediante la escritura en la pared (relato en el Libro de Daniel) que en medio de la fiesta que el Rey daba a sus generales, profanando los utensilios de la conquistada Jerusalén, se le hace saber a Nabonido que su reino había sido "pesado, medido y hallado falto" y que EN ESA MISMA NOCHE, perdería su regir por un personaje a quien el mismo Dios había identificado "por nombre" mas o menos 200 años antes.