2/6/11

El oráculo de Delfos: ¿Qué nos deparará el futuro?

Detalle de la Sibila, de Miguel Ángel.
Cuenta el historiador griego Herodoto que Creso, el gran rey de Lidia (en la actual Turquía), preguntó al oráculo de Delfos si debía atacar a sus vecinos los persas. La respuesta parecía clara: “Creso, si cruzas el río Halys, destruirás un gran imperio”. El rey de Lidia interpretó este oráculo como una invitación a la invasión, pero el gran imperio que fue destruido resultó ser el suyo. Los persas conquistaron Lidia y establecieron el límite de su reino en el Mar Egeo, ocupando todas las ciudades griegas de Asia Menor.

La decisión de Creso, que reinó entre los años 560 y 546 a.C., resultó ser un desastre, pero la tomó estando convencido de que contaba con la complicidad del destino. Sin embargo, la sibila de Delfos no había mentido. Creso simplemente había interpretado el augurio de la manera que a él mejor le convenía. Ya tenía en mente la invasión y en Delfos solamente quería legitimar la guerra contra los persas. Creso no quiso ver más allá de su propia ambición, ni tampoco tuvo la cautela de analizar el augurio de la sibila, un nombre que en nuestro lenguaje significa “misterioso” o “susceptible de tener varias interpretaciones”. La sibila era una profetisa (o pitonisa) inspirada por el dios Apolo y que, gracias a su conexión divina, podía conocer el futuro.

El oráculo de Delfos era una verdadera institución en la antigua Grecia. En una tierra políticamente dividida en polis (ciudades-estado) continuamente enfrentadas entre ellas, Delfos era un lugar neutral, un santuario en el que cada ciudad mantenía un templo con un tesoro que actuaba como una especie de embajada ante el oráculo. En Delfos no cabía la lucha entre los griegos y, al igual que en Olimpia, las rivalidades se dirimían en juegos deportivos en honor a Apolo.
Consulta al oráculo.

Las predicciones solamente se celebraban un día al mes, la fecha del cumpleaños de Apolo, y el proceso comenzaba siempre con el pago de una tasa. El consultante, que podía ser un hombre particular (nunca una mujer) o en representación de una ciudad, entraba así en una larga lista de espera que podía ser sorteada con el pago de otra sobretasa. Una vez superado este trámite, se conducía al consultante al templo de Apolo, La ceremonia comenzaba con un sacrificio de algún animal, generalmente un cordero, que previamente se rociaba con agua fría. Si no temblaba, la consulta al oráculo era anulada, ya que seguir adelante supondría contradecir la voluntad de los dioses. Una vez sacrificado el animal, el consultante hacía su pregunta a la Sibila, pero nunca a ella directamente sino a los sacerdotes, que hacían de intermediarios entre el interesado y el oráculo que se encontraba en trance y nunca a la vista. Finalmente la Sibila formulaba su predicción que era entregada en forma de verso hexámetro.

Ruinas en Delfos.
En su apogeo, entre los siglos VII y VI a.C., Delfos tenía hasta tres pitonisas actuando a la vez debido a la gran demanda de su oráculo, que tenía cada vez más influencia en la toma de decisiones políticas o comerciales. En este sentido, Herodoto cuenta otro ejemplo de esta influencia. Esta vez se refiere a la segunda Guerra Médica, la invasión de Grecia por los persas en el año 480 a.C. Leónidas, el rey de los espartanos fue a consultar al oráculo para decidir qué hacer. La sibila auguró que, o bien Esparta sería saqueada por los persas, o bien debía sufrir la pérdida de un rey descendiente de Hércules. Esta vez Leónidas interpretó el augurio sin ambigüedades y supo que se dirigía a una muerte segura en el Paso de las Termópilas, donde aguantó al ejército persa, mucho más numeroso, el tiempo suficiente para que las demás ciudades griegas pudieran prepararse para la guerra. 


Esta posición de gran influencia de Delfos pervivió prácticamente toda la Antigüedad hasta la llegada del Cristianismo. Fueron autores cristianos los que atacaron al oráculo denunciando que el estado de trance de la sibila se provocaba por unos gases tóxicos que emanaban de una roca. Se trataba así de desprestigiar al oráculo y, por su puesto, negar la existencia de cualquier existencia de dioses paganos.

A principios del siglo V d.C. el emperador romano Teodosio cerró definitivamente el santuario, pero casi nadie acudía ya a Delfos y su oráculo ya no conservaba nada de su antigua influencia. A partir de ese momento ya no se podía consultar al oráculo. Los mortales ya no tenían capacidad de conocer el futuro. Desde entonces estamos a merced de la voluntad de Dios.  
   



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