22/6/11

Minutos antes de la matanza

Hitler con su alto mando.
Era de madrugada, en una noche de verano. Hacía calor y la humedad y los mosquitos torturaban a los guardias del puente fronterizo que luchaban por no quedarse dormidos. Parecía una noche tranquila, más bien aburrida, solamente interrumpida por el monótono sonido de la corriente de las aguas del río Bug, la frontera entre los dos mayores imperios del momento: el Tercer Reich de Hitler y la Unión Soviética de Stalin.

Era la noche del 21 al 22 de junio de 1941. Hitler y Stalin eran aliados de conveniencia a pesar de representar dos modelos políticos enfrentados a muerte. Ambos sabían que acabarían en guerra algún día, pero los soviéticos trataban de ganar tiempo para prepararse y los alemanes tenían que vencer antes a sus enemigos en el oeste de Europa. Ese momento había llegado. El ejército alemán estaba en plena racha de éxitos. En menos de dos años había conquistado Polonia –dividida y compartida con el aliado soviético-, ocupado Dinamarca y Noruega, y aplastado y vencido a franceses, belgas y holandeses. El último botín de Hitler, Yugoslavia y Grecia, había sido conquistado recientemente e incorporado al inmenso imperio hitleriano que prácticamente abarcaba toda Europa, superando incluso las conquistas de su admirado Napoleón Bonaparte. Esta era la situación de la Segunda Guerra Mundial en esa noche de junio, en la que solamente la Gran Bretaña de Winston Churchill hacía frente al nazismo.
Soldados alemanes avanzan en la URSS.

Los guardas alemanes en el puente fronterizo del río Bug se enfrentaban a una noche de guardia rutinaria más. La relación con el lado soviético era cordial. Los soldados de ambos lados se intercambiaban cigarrillos de vez en cuando mientras controlaban el tráfico ferroviario sobre el puente. Rodaban muchos trenes en ambas direcciones fruto de un acuerdo económico y comercial firmado un año antes. Gracias a este acuerdo, Stalin proporcionaba a Hitler las materias primas que necesitaba para hacer la guerra, como combustible y estaño, así como alimentos para dar de comer a la población alemana mientras sus hombres luchaban en el frente. Una de las lecciones que aprendió Hitler de la Primera Guerra Mundial fue que el pueblo no debía pasar hambre, ya que de otra manera podría peligrar su popularidad y su gobierno.

Cientos de trenes soviéticos habían cruzado ya ese puente, y esa noche no iba a ser diferente. Un gran convoy cargado de gasolina para la máquina de guerra alemana se aproximaba al río con intención de entrar en el Tercer Reich. Los guardias despertaron de su letargo y procedieron a actuar como lo habían hecho todas las noches en los últimos meses. Control de papeles, verificación de la mercancía y luz verde para entrar en Alemania. Eran las tres de la madrugada. Todo parecía normal.
Prisioneros soviéticos.

Pero el maquinista y seguramente los guardas no sospechaban que miles de ojos observaban la escena del tren sobre el puente. Miles de soldados alemanes completamente camuflados en la oscuridad y entre la maleza del río esperaban pacientemente la orden para atacar en absoluto silencio. Su objetivo era el aliado de Hitler, la Unión Soviética. Se había acabado el tiempo de la falsa amistad entre nazis y comunistas.

Cinco minutos después de que el tren soviético se perdiera en la oscuridad dirección oeste, estalló el infierno. A las 3.15 horas decenas de miles de cañones de todos los calibres comenzaron a disparar desde el lado alemán. Entre la costa del Mar Báltico y del Mar Negro la tierra tembló. Un inmenso huracán de fuego y metralla de más de 1.600 kilómetros de largo comenzó a castigar el suelo del imperio de Stalin. Era la señal para el mayor ataque en la historia. Más de 3,5 millones de soldados alemanes y un millón de aliados (italianos, rumanos, húngaros, finlandeses, croatas, eslovacos y muy pronto también españoles) se lanzaron al asalto de la Unión Soviética. Había comenzado la Operación Barbarroja.

La invasión alemana de la URSS.
Con la invasión de la Unión Soviética, la Segunda Guerra Mundial adquirió definitivamente su carácter sangriento y despiadado. Hitler quería exterminar a los soviéticos, no solamente conquistar su tierra, y cumplir su gran sueño de construir un imperio germánico en el este de Europa en el que los rusos serían poco más que esclavos. Hitler quería una guerra de exterminio, por ello los soldados alemanes se lanzaron a una orgía de destrucción y violencia sin antecedentes en la historia en la que las principales víctimas serían los civiles indefensos, actitud que sería correspondida cuatro años después con la violencia desenfrenada de los soldados soviéticos en su invasión de Alemania poco antes de ganar la guerra.

La invasión de la URSS provocó una espiral de violencia incontrolable. Hasta el final de la guerra, en mayo de 1945, morirían más de 20 millones de soviéticos (fueron tantos que no se sabe exactamente) y más de cinco millones de alemanes. Al final el gran imperio de Hitler por fortuna no se hizo realidad. Alemania acabó vencida, destruida y dividida durante más de 40 años.



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