Kublai Khan |
El nieto de Gengis Khan subió a una colina desde la que se divisaba el océano y contempló su flota. Más de 1.200 barcos de todo tipo se agolpaban en la costa hasta el horizonte y apenas dejaban entrever el mar. El gran Khan esbozó una sonrisa. Ahora nada ni nadie podría interponerse en su camino. Su armada estaba lista para trasladar a las hordas mongolas a su nuevo objetivo. Iban a conquistar Japón.
Era el año 1281. Kublai Khan quería emular a su abuelo y sumar un nuevo dominio a su vasto imperio, el mayor de la humanidad, que ya abarcaba gran parte del continente euroasiático: desde la actual Rusia y Oriente Medio hasta China, desde Corea hasta el Danubio. Las hordas mongolas eran temidas en todo el mundo por su crueldad y su afán destructor. No respetaban nada. En su búsqueda insaciable de botín y victorias incluso habían saqueado y destrozado la mítica ciudad de Bagdad, cuna de las artes en Oriente Medio y centro del gran califato islámico.
Pero Kublai Khan quería más. Había oído hablar de unas islas prósperas al este de China. Estaba pobladas por gente aguerrida pero pobre, con una casta guerrera que llegaría a ser legendaria, los samuráis. Japón parecía una presa fácil. Estaba cerca del continente y parecía que por muy luchadores que fueran sus habitantes, no eran rival para sus hordas. Nadie las había vencido todavía, a pesar de que se habían enfrentado a las mejores tropas del antiguo emperador chino, a los temibles guerreros eslavos de los bosques de Rusia y a los invencibles caballeros mamelucos en los desiertos y montañas de Siria.
El gran Khan tenía prisa. La paciencia nunca había sido una de sus virtudes, por lo que apremió a sus comandantes para que prepararan la invasión antes de la llegada del invierno. Sus hombres le temían, y si las hordas hacían temblar al mundo con su violencia, el gran Khan las hacía temblar a ellas por su crueldad.
El miedo tuvo éxito. La gran flota estuvo lista en un tiempo récord. La componían barcos de todo tipo traídos de todos los rincones del imperio. Grandes transportes de mercancías, medianas naves de guerra, y sobre todo, innumerables pequeñas barcazas de río. No estaba claro que fueran a aguantar las intensas corrientes oceánicas, pero servirían para transportar a los guerreros. La flota se hizo a la mar segura de su victoria y Kublai Khan se retiró satisfecho a su capital a la espera de la noticia de que Japón había sido reducido a cenizas.
La flota de los mongoles. |
Sin embargo, la noticia que trajo el emisario era bien distinta. Japón no había sido derrotada ni su pueblo esclavizado. Habían escapado a su destino gracias a la naturaleza: un tifón había destruido la gran flota y la mayoría de las barcazas de río, que apenas resistían el mar en calma, se hundieron arrastrando con ellas a los temibles guerreros que ya no saquearían ni matarían más.
Kublai Khan no pudo cumplir su objetivo ni añadir un territorio más a su vasto imperio. Japón se había salvado por una tormenta que sus agradecidos habitantes llamaron ‘el viento divino’, o como se dice en japonés: ‘kamikaze’.
Pero la naturaleza es caprichosa. Siglos más tarde otro fenómeno natural en forma de ola gigante y terremotos traería muerte y destruccióna a la isla del sol naciente. Otra vez el futuro de sus habitantes parece difícil, pero si Japón pudo sobreponerse a otros desastres en el pasado, también podrá hacerlo esta vez. Va por ellos.
Muy interesante, cómo puede cambiar la suerte.
ResponderEliminarTodo nuestro apoyo al pueblo japonés.
Esta gente era muuyy de secano.
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