Druso |
Hacía semanas que abandonaron su base en el Rin y llovía sin parar. Marchaban hacia el este. Un calor húmedo atacaba a los soldados que no dejaban de sudar ataviados con su equipo militar de varios kilos de peso. Más que cansados o desanimados estaban ansiosos. Echaban de menos combatir, matar. Pero el problema es que no habían visto prácticamente a nadie desde que salieron de campaña. No había casi poblados y no había nada que saquear ni botín que robar. Solamente bosque, lluvia, calor y muchos insectos que provocaban picores insoportables. Era el verano del año 9 a.C. y las tropas del general Nero Claudio Druso se adentraban en un país tenebroso y prácticamente desconocido para Roma: Germania.
Se hizo de noche y la columna de legionarios detuvo su avance. Como es preceptivo en el ejército romano, los soldados se dispusieron a construir un campamento para evitar ataques por sorpresa. Lo fortificaron con una empalizada de madera y un gran foso defensivo. No faltaba material, ya que se encontraban en el corazón de un profundo bosque a las orillas del Werra, un río caudaloso y tranquilo.
El objetivo de Druso era el Elba, un río mítico al que solamente habían llegado unos pocos mercaderes romanos que contaban historias fantásticas sobre sus tierras y las que se extendían más hacia el este. El general quería satisfacer a su emperador, el gran Augusto, y llevar hasta allí el límite de su imperio.
Solamente 50 años antes Julio César decidió que la frontera de Roma debía ser el Rin. Lo argumentó afirmando que al oeste del río vivían los galos, relativamente civilizados y por ello más fáciles de someter a la ley romana. Mientras, en el este, vivían los germanos, un pueblo según él absolutamente bárbaro y peligroso del que no se podía sacar provecho. Por ello la Galia fue conquistada e incorporada a Roma mientras que Germania no lo fue.
Augusto era el sobrino de César y había conseguido el poder más absoluto en Roma apoyándose en la inmensa reputación de su tío y gracias a sus victorias en las interminables guerras civiles. Pero un noble romano necesitaba gloria militar contra los bárbaros extranjeros para poder mantener su estatus, en concreto conquistas.
Esto explica por qué los legionarios de Druso construyeron un campamento en pleno bosque a decenas de kilómetros al este del Rin. Pero este campamento fue algo más que una simple parada. Los restos arqueológicos demuestran la existencia de fundamentos de piedra que seguramente fueron utilizados para apuntalar un muro defensivo mucho más resistente que una simple empalizada de madera y para servir de cimiento de edificios. Además, se encontraron restos de cerámica y monedas que demuestran una intensa vida cotidiana en ese lugar. Es decir, los romanos construyeron un campamento para quedarse.
¿Cuánto tiempo lo hicieron? Los arqueólogos han roto el mito de que los romanos estuvieron de paso en Germania. Varios yacimientos demuestran que las estructuras levantadas por el ejército de Augusto lo fueron con el objetivo de ser estables y de dominar esa tierra. Los romanos lo consiguieron, al menos durante 18 años, hasta que en 9 d.C. fueron aplastados por la rebelión de los germanos, lo que desembocó en la masacre de tres legiones y la absoluta evacuación de todos los asentamientos romanos al este del Rin. No volvieron más.
Augusto murió poco después de la derrota de sus soldados y no se cumplió su objetivo. El campamento a orillas del Werra fue olvidado completamente y el bosque lo escondió como si nunca hubiera existido. Pero los romanos llegaron hasta allí, y este campamento demuestra que fueron más allá de su propio límite.
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