25/2/11

CUANDO LOS ITALIANOS ERAN LOS AMOS DEL DESIERTO

La rebelión de los ciudadanos libios está centrando la atención mundial de los últimos días, y en concreto la figura de su dictador. Muamar al Gadafi es uno de los últimos gobernantes árabes de la guerra fría y su relación con los países de occidente es, cuanto menos, ambigua. Oscila entre el desprecio hacia el que se ridiculiza como un fantoche y el interés por las grandes reservas de petróleo y de gas. El único jefe de Gobierno que sigue manteniendo unas relaciones cordiales con Gadafi -a pesar de la masacre perpetrada contra su pueblo- es el italiano Silvio Berslusconi. Muchos piensan que esa relación es de naturaleza frívola, que ambos gobernantes se atraen por su forma de ser. Lo que se olvida es que esta relación viene de largo. En concreto de hace exactamente 100 años, de cuando los italianos eran los amos del desierto.

Berlusconi y Gadafi
En 1911 Italia conquistó la costa africana que se encuentra justo al sur de la bota. Se lo quitó a los turcos que se encontraban en pleno proceso de derrumbe de su imperio. Los italianos querían aprovechar esta debilidad y se apropiaron de las provincias otomanas de Tripolitania y de Cirenaica. Esa guerra duró muy poco, pero entraría en la historia de la guerra como el primer conflicto en el que se arrojó una bomba desde un avión.

Al principio los italianos no sabían muy bien qué hacer con su conquista. Como hoy, esa tierra no estaba muy poblada. Solamente había algunas tribus nómadas en el interior y algunos árabes dispersos en pueblos de pescadores en la costa. Era una tierra desértica, pobre y sin ningún valor. Pero para Italia suponía parte de su imperio colonial, necesario para ser reconocida como una gran nación.

El sueño colonial italiano.
Cuando Mussolini y sus fascistas se hicieron con el poder en 1922 la idea de un imperio en el Mediterráneo que imitara a los romanos cobró fuerza. Uno de los objetivos fue reforzar con colonos la presencia italiana en África, y de paso ofrecer una salida de la miseria a los campesinos de Sicilia y del sur de Italia. Se les animó a emigrar con la promesa de tierras gratuitas. Pero en un país que es prácticamente desierto, había pocas zonas cultivables y de mala calidad. Además, esas tierras eran de los beduinos a los que no se dudó en echar a costa de graves enfrentamientos.

Los italianos no tenían muchas razones para irse a vivir al norte de África. La vida era dura y las oportunidades pocas. Sin embargo, en 1934 Mussolini nombró a un nuevo gobernador, Italo Balbo, que enderezó la situación. Comenzó unificando las dos provincias de Tripolitania y de Cirenaica en una sola: Libia. Había nacido una provincia cuyo nombre fue copiado de los romanos y que todavía hoy se mantiene. Balbo también mandó construir carreteras y líneas férreas así como asentamientos de buena calidad para los colonos, cuyo número no dejó de crecer gracias a la mejora de las condiciones de vida hasta que en 1940 ya había 120.000 italianos viviendo en Libia.
Italo Balbo, gobernador de Libia.

Ese año Italia entró en la Segunda Guerra Mundial y el sueño colonial se acabó. Libia se convirtió en un terrible escenario de batallas entre británicos, italianos y los alemanes del mítico general Erwin Rommel y su Afrika Korps. La lucha fue intensa y cruel, sobre todo para los civiles –italianos o árabes- que tuvieron que soportar bombardeos constantes, sed y hambre tras el colapso de las vías de comunicaciones y, lo peor, heredaron un país sembrado de millones de minas que nadie se ha responsabilizado jamás de retirar y que, aún hoy, siguen matando a gente.

A principios de 1943 Mussolini perdió su colonia que fue ocupada por los ingleses. Aunque Italia logró cambiar de bando en la guerra y se colocó al lado de los vencedores, tuvo que sacrificar sus dominios en nombre de la descolonización. Así fue como en 1951 Libia alcanzó su independencia y tuvo un rey, Idris I, hasta que en 1969 Gadafi llegó al poder gracias a un golpe de estado.

La mayoría de los colonos italianos fueron abandonando el país tras su independencia, pero fue Gadafi el que en 1970 expulsó a los últimos 20.000 que todavía se aferraban al viejo sueño de una vida en ultramar, o que simplemente no tenían a dónde ir en la vieja Italia. Todavía hoy unos pocos centenares de ancianos supervivientes mantienen vivo el recuerdo de la colonia italiana. Su destino, cien años después del inicio de la aventura, sigue siendo incierto.     

  

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