En
marzo de 1918 la Primera Guerra Mundial seguía en un empate imprevisible en el
frente occidental. Nada hacía imaginar que la guerra terminaría ocho meses más
tarde con la derrota de Alemania, ya que, en ese momento, la situación general
parecía favorecer más a los alemanes que a los aliados tras la salida de la
guerra de Rusia después de la Revolución de Octubre. Pero el alto mando alemán
sabía que esa ventaja era una ilusión: la falta de recursos, el agotamiento al
entrar en el cuarto año de conflicto y, sobre todo, la entrada en guerra de los
EEUU, iba a poner más pronto que tarde la balanza de lado de sus enemigos. A
Alemania se le estaba agotando el tiempo y tenía que atacar: se desencadenó la ‘Batalla
del Káiser’ (Kaiserschlacht), la última oportunidad de Alemania en la Primera
Guerra Mundial.
En la madrugada del 21 de
marzo de 1918 más de 3.600 cañones de todo tipo hicieron temblar la tierra en
el norte de Francia, entre las ciudades de Cambrai y San Quintín. Más de 3,2
millones de proyectiles impactaron en las trincheras británicas, provocando un
estruendo tan espectacular que se podía escuchar hasta en Londres. La precisión
de los disparos era alta, fruto de años de experiencia en la guerra.
Pocas horas después entró
en combate la infantería, pero no avanzando en oleadas como se había hecho en
otras ofensivas, y que irremediablemente acababan estrellándose contra las
ametralladoras enemigas. Esta vez avanzaron pequeños grupos de especialistas,
soldados de asalto, Stosstruppen, todos voluntarios, jóvenes y muy bien
entrenados y motivados. Poco a poco se fueron infiltrando en las trincheras
enemigas, eliminando la resistencia con lanzallamas, granadas o con el filo de
sus palas para cavar trincheras.
Stosstruppen al asalto. |
A las pocas horas las
líneas británicas estaban rotas y el ejército alemán avanzaba. Era la primera
vez desde 1914 que en Europa occidental un ejército lograba superar las líneas
enemigas y avanzar a campo abierto. Cundió el pánico entre británicos y sus
aliados franceses. Los alemanes parecía que habían conseguido lo que a ellos
les había resultado imposible en los últimos años y costado miles y miles de
muertos y heridos. El desenlace de la guerra estaba en el aire. Alemania estaba
atacando.
Operación
Michael
La ofensiva de primavera
o “Kaiserschlacht” (Batalla del Kaíser) como se llamó popularmente, en realidad
fue bautizada por los generales alemanes como ‘Operación Michael’. Tenía como
objetivo derrotar a los británicos de la fuerza expedicionaria que luchaba en
Francia y provocar que se retirara a Gran Bretaña, al otro lado del Canal de la
Mancha. Esto dejaría a los franceses solos. En 1917 los soldados franceses
habían protagonizado una serie de motines, hartos de ser sacrificados en
inútiles ofensivas en los que acababan masacrados a cambio de nada. La moral
francesa era débil y estaban cansados. Los alemanes pensaban que, expulsando a
los ingleses, resultaría más sencillo derrotar a Francia.
El alto mando alemán. |
La derrota de Rusia a
raíz de la revolución de octubre de 1917 hizo posible el ataque. La firma el 3
de marzo de 1918 del tratado de paz de Brest Litovsk con unas autoridades
bolcheviques desesperadas, sacó a los rusos de la guerra y proporcionó a los
alemanes vastísimos territorios de ocupación: los países bálticos, Ucrania,
Bielorrusia, e incluso Georgia. La guerra en Rusia proseguía, de hecho, la
guerra civil entre rusos ‘rojos’ y ‘blancos’ prometía ser mucho más cruenta que
el conflicto de 1914, pero Alemania consiguió salir de la lucha en este
escenario y despejar su espalda ante el desafío en el frente occidental. Porque
allí se estaba fraguando la principal amenaza para Alemania.
Con la entrada en la
guerra de los EEUU en abril de 1917, lo hacía un gigante industrial con capacidad
de decidir la guerra. Millones de soldados entrenados y bien armados cruzarían
el Océano Atlántico para luchar contra Alemania, y miles de armas de todo tipo
reforzarían a británicos y franceses. En Alemania, por otro lado, se estaban
acabando las reservas de todo tipo. El bloqueo marítimo había provocado hambre
en el país y empezaba a faltar de todo, también soldados tras las constantes
batallas. Si Alemania quería tener alguna oportunidad de ganar, debía darse
prisa. Antes de que los norteamericanos pudieran desplegar sus fuerzas.
La respuesta que planteó
el jefe del Estado Mayor alemán, Erich Ludendorff, era el ataque. Primero
contra los británicos, rompiendo el frente y tomando los puertos del Canal de
la Mancha desde donde recibían su aprovisionamiento. Después girarían contra
los franceses. Los americanos no tendrían tiempo de hacer nada. O al menos ese
era el plan.
Fracaso
Pero la realidad fue muy
diferente. Centrados en el impresionante reto de romper las trincheras y
fortificaciones británicas, no había ningún plan para después. Con los
británicos huyendo y cayendo prisioneros a miles, los generales alemanes empezaron
a improvisar y a desviar su atención a objetivos secundarios. Esto dio tiempo a
sus enemigos a reorganizarse.
Máximo avance alemán. |
El pánico que se vivió en
Londres y en París provocó que sus gobiernos tomaran una decisión fundamental,
pero que no habían querido tomar hasta verse tan apurados: nombrar a un
comandante en jefe de todos los aliados. El nombramiento recayó en el mariscal
francés Ferdinand Foch que consiguió imponer el orden y la coordinación entre
sus filas, justo cuando entre los alemanes se estaba perdiendo. Foch pronto se
dio cuenta de que los alemanes estaban perdiendo el tiempo en espectaculares avances
que, sin embargo, no tenían consecuencias letales. En cambio, dejaban sin
amenazar la ciudad de Amiens, el nudo de comunicaciones clave en el que
convergían todas las líneas de transporte sin las cuales, los británicos
tendrían que retirarse y los alemanes lograrían su objetivo.
Avance alemán. |
Cuando los alemanes
corrigieron su avance hacia Amiens, ya era tarde. La defensa fue tenaz y la
fuerza del ataque alemán se iba perdiendo con el tiempo sin conseguir ocupar la
ciudad. Ludendorff ordenó varias ofensivas más en las siguientes semanas, pero
dispersando las direcciones de los ataques: en Flandes y contra París. Los
aliados sufrieron varios sustos más, pero los alemanes ya no podían ganar.
En agosto de 1918 los
alemanes intentaron un ataque más contra Amiens. Fue el último. El 8 de agosto de
1918 se conoce como el día negro del ejército alemán. Unidades enteras de
soldados se rindieron, cansadas de seguir luchando, hartas de sufrir, y
sintiéndose engañadas por sus mandos que les habían prometido la victoria. Los
estadounidenses también habían llegado con fuerzas suficientes como para pasar
al ataque. Alemania había perdido.
Han llegado los americanos. |
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