12/10/14

Cuando Roma derrumbaba las montañas

El Imperio Romano fue uno de los más poderosos de la historia. Para conseguir sus objetivos nada se interponía en su camino. Los romanos estaban dispuestos a todo, incluso a derrumbar las montañas cuando era preciso. Eso mismo es lo que hicieron en las minas de Las Médulas donde transformaron la tierra en busca de oro.

Las Médulas fueron conquistadas en las Guerras Cántabras poco antes del cambio de era. Fue la última guerra a gran escala en Hispania durante la conquista romana y una de las últimas en todo el imperio antes de que el emperador Augusto decretara la pax romana. En Hispania los pueblos recién derrotados y conquistados de los astures y cántabros muy pronto comprobaron lo que eso significaría para ellos.

Como pueblo sometido, los astures estaban obligados a realizar una serie de trabajos para sus nuevos amos. Uno de los más peligrosos era en las minas de oro de Las Médulas, en el Bierzo, una de las minas más grandes a cielo abierto de todo el imperio. Los propios astures y sus antepasados habían recogido oro de los arroyos de la zona, pero los métodos tradicionales usados por este pueblo no servían a los romanos. Ellos querían una explotación a escala industrial.     

El emperador Augusto mandó explotar el antiguo yacimiento minero astur porque la economía romana necesitaba oro. Se había introducido el patrón oro en el sistema monetario romano y la demanda de este metal se disparó, y con ella la presión para conseguir resultados. Esto obligó a los ingenieros imperiales a desafiar a los propios dioses. El oro transforma a las personas. Despierta la avaricia y otros muchos instintos humanos. Pero también el ingenio.

El problema del oro de Las Médulas es que se encontraba (y se sigue encontrando) en forma de polvo mezclado con la tierra y además en una proporción bastante reducida, de unos 10 a 20 miligramos por metro cúbico. Es decir, para conseguir una cantidad respetable de ese metal hay que extraer, remover y filtrar miles de metros cúbicos de tierra, un enorme esfuerzo para el que se necesita contar con una inmensa fuerza de trabajo. Se calcula que en época romana la mina contaba con unos 60.000 trabajadores, pero la fuerza real con la que se operaba no era la humana, sino la del agua.

El agua era vital porque su caudal proporcionaba la fuerza necesaria para drenar el terreno de la mina y conseguir mover la tierra y extraer de ella el oro. La energía hidráulica era una prioridad y los romanos no dudaron en ir a buscarla a decenas de kilómetros de distancia. Los ríos y arroyos de la zona circundante fueron desviados sin piedad. Se construyeron canales de hasta 100 kilómetros de longitud para llevar el agua a grandes depósitos desde los cuales era distribuida por toda la mina. Pero la fuerza del agua no solamente servía para drenar la mina y lavar la tierra para encontrar oro. También era la clave para el arma decisiva de los ingenieros romanos: la destrucción de las montañas, un sistema conocido como “ruina montium”.


Superar el trabajo de los gigantes

El autor romano Plinioel Viejo lo describió así: "supera al trabajo de los Gigantes; las montañas son minadas a lo largo de una gran extensión mediante galerías hechas a la luz de lámparas, cuya duración permite medir los turnos y por muchos meses no se ve la luz del día. Este tipo de explotación se denomina 'arrugia' A menudo se abren grietas, arrastrando a los mineros en el derrumbamiento [...]” 

Por ello se dejan numerosas bóvedas de piedra para sostener las montañas. En los dos tipos de trabajos se encuentran a menudo rocas duras; se las hace estallar a base de fuego y vinagre [o agua], pero a menudo, como en este caso, las galerías se llenan de vapor y humo; se destruyen estas rocas golpeándolas a golpes de martillos que pesan 150 libras [unos 50 kg .] y los fragmentos son retirados a las espaldas de hombres, [...]” (Cita recogida en la web del Museo Virtual de la Ciencia, CSIC).

Plinio revela unas condiciones de trabajo horribles, en las que la vida de los mineros no valía nada. Apenas tienen tiempo de salir de las galerías que tan arduamente han excavado para salvar sus vidas antes del derrumbe: Acabado el trabajo de preparación, se derriban los apeos de las bóvedas desde los más alejados; se anuncia el derrumbe y el vigía colocado en la cima de la montaña es el único que se da cuenta de él. En consecuencia, da órdenes con gritos y con gestos para poner en aviso a la mano de obra y, a la vez, él mismo baja volando. La montaña, resquebrajada, se derrumba por sí misma a lo lejos, con un estruendo que no puede ser imaginado por la mente humana, así como un increíble desplazamiento de aire [...]"   




El derrumbamiento de las montañas y la muerte violenta de los mineros sepultados por la tierra en la búsqueda incansable de oro se prolongó durante dos siglos, del I a principios del III d.C. Se calcula que en total se removieron casi 100 millones de metros cúbicos de tierra, medio millón al año. Un esfuerzo titánico que transformó para siempre el paisaje y arruinó la vida a miles de personas, trabajadores forzados que sucumbieron a los accidentes, al derrumbe de las montañas o simplemente a las enfermedades pulmonares provocadas por el polvo inhalado durante años de trabajo.

Todo este esfuerzo se calcula que sirvió para que al final se extrajeran en total casi 5.000 kg de oro. ¿Mereció la pena?




Para consultar las cifras estimadas de la mina romana, puedes pinchar aquí para ver el enlace a la web de la Fundación Las Médulas.

2 comentarios:

  1. Felicidades, un artículo claro y conciso. Tan solo una apreciación, el núemro de trabajadores era muy inferior, posiblemente de tan solo unos cientos, y aunque es posible que hubiese esclavos comunes, no representaban una mayoría. pues éstos son muy caros para desperdiciarlos en ese trabajo. Posiblemente los trabajadores de frente, los puestos más peligrosos, fueran prisioneros de guerra reducidos a esclavos del estado (recordemos el caso de Espartaco, según algunas versiones, entre ellas la de la película protagonizada por Kirk Douglas, comprado en las misnas de plata de Laurión, en Grecia), y criminales condenados "ad metalla". La prueba más tangible es la ausencia de asentamientos en las cercanías para tal contingente. Los únicos enclaves que se pueden relacionar de manera indudable con la explotación de Las Médulas (dejando de lado las coronas establecidas para el control de los canales, mucho más abundantes pero de pequeña extensión por lo general) son El Castrico de Orellán, que aalbergaría a menos de 100 personas, y la villa de Lago de Carucedo, de una familia adinerada, posiblemente el arrendatario de la explotación. Si tenemos en cuenta que un campamento legionario romano albergaba a una dotación de 6000 a 10000 hombres y ocupaba una extensión cercana a las 20 Has, un asentamiento de 60.000 esclavos requeriría más de 100 Has, sin contar las dotaciones de vigilancia, servicios como cocinas o aseos, etc.Nada similar se conoce en todo el bierzo y me atrevería a decir en todo el munodo romano. Confrontese esa cifra con las algo más de 500 Has de la explotación, y observaremos la disparidad. Eso sin contar con que en 200 años de explotación el número de fallecidos sería realmente impresionante, y por tanto el cementerio donde descansan, aún suponiendo para todos ellos una incineración y una simple urna en el suelo.

    Por último, para comprender bien una mina romana de este tipo, yo aconsejaría la vista satélite de la existente en Omaña, de extensión cercana a la de Las Médulas pero menor impacto estractivo, lo que permite hacerse una idea de las arrugiae, los sistemas de canales, lavados, etc.

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    1. Muchas gracias por tu apreciación Goyo. Sin duda una aportación complementaria perfecta al artículo y muy interesante. Un saludo

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