Hace
25 años la RDA vivió su último verano.
Tan solo unos meses antes nada presagiaba que las cosas fueran a cambiar, pero
en julio y agosto de 1989 una pequeña rendija en el telón de acero supuso el
principio del fin del estado comunista alemán del Pacto de Varsovia y de la
caída del muro de Berlín.
El verano de 1989 fue
el último de la RDA. Tras 40 años de existencia, un agujero en el telón de
acero supuso el principio del fin. El 2 de mayo de 1989 soldados húngaros cortaron
las vallas de alambres de espino de su frontera con Austria. Era la consecuencia
de la nueva política de la URSS de Gorbatchov. La Unión Soviética,
prácticamente arruinada, no podía hacer frente al mantenimiento de su imperio
de países satélites en el este de Europa. Cada uno tendría que buscarse la
manera de sobrevivir, y Hungría aspiraba a mejorar sus relaciones con sus ricos
vecinos occidentales.
La URSS miraba hacia
otro lado mientras uno de los países del Pacto de Varsovia rompía la disciplina
del bloque comunista. Eso tendría consecuencias para el resto. Por ejemplo para
Alemania oriental, la República Democrática Alemana (RDA). Desde 1961 un muro
separaba a sus ciudadanos de la parte occidental de Berlín y una larguísima frontera
fortificada y estrechamente vigilada entre el Mar Báltico y Baviera evitaba que
los alemanes del este cruzaran al oeste.
Frontera entre las dos Alemanias. |
La frontera era
impenetrable y las normas inflexibles. Para un vecino de Erfurt, en la parte
oriental, era mucho más fácil conseguir un permiso para ir a Bucarest, a más de
1.300 kilómetros de distancia al este, que a la ciudad alemana occidental de
Kassel, a tan sólo 115 kilómetros al oeste. Como dijo Winston Churchill, un
telón de acero atravesaba Europa y separaba a sus habitantes entre dos mundos
diferentes y enfrentados por la guerra fría.
En Alemania, ese telón,
además, separaba a familias y amigos. Nada hacía prever que las cosas fueran a
cambiar. De hecho, muy poco tiempo antes, en 1987, el líder de la RDA, Erich
Honecker, fue recibido con honores en Bonn, la capital de Alemania occidental,
en un gesto histórico que demostraba que los alemanes se habían resignado y
acostumbrado a la división permanente de su país en dos estados. Fue así hasta
el verano de 1989. Entonces el agujero abierto en el telón de acero húngaro lo
cambió todo.
Vacaciones masivas en
Hungría
Los ciudadanos de los
países del Pacto de Varsovia no podían viajar al oeste de Europa, pero sí
podían hacer turismo dentro de sus fronteras. Los alemanes orientales eran los
que, con diferencia, tenían un mejor nivel de vida en el bloque oriental y eran
los que más viajaban en sus vacaciones. Iban a Polonia, Bulgaria,
Checoslovaquia y, por supuesto, a Hungría. Por lo tanto, en el verano de 1989 era
posible viajar desde la RDA a Hungría para pasar las vacaciones veraniegas y,
desde allí, colarse por el agujero para huir al oeste. Parecía irreal, pero era
técnicamente posible.
A pesar del
desmantelamiento de las vallas fronterizas, cruzar la línea seguía siendo un
riesgo y una empresa peligrosa. Las normas de paso por la frontera húngara a
Austria no habían cambiado. Es decir, si la policía atrapaba a alguien con la
intención de cruzarla sin permiso, era detenido y entregado al país comunista hermano
donde las consecuencias previsiblemente serían muy desagradables. Pero no
siempre había policías en la frontera y, sobre todo, ya no había vallas ni
alambres de espino que obstaculizaran el camino.
Coches abandonados en la frontera. |
Al principio eran muy pocos
los que se atrevían a intentarlo. Llegaban a los pueblos húngaros fronterizos en
sus coches alemanes orientales y merodeaban por la zona hasta que conseguían
pasar a pie en pequeños grupos. Lo abandonaban todo, no solamente sus coches.
Sus casas, sus empleos, sus familias, todo quedaba atrás por conseguir el sueño
de llegar a occidente.
Pero el riesgo y su
precio eran rentables para cada vez más personas. Los coches alemanes orientales
abandonados en los pequeños pueblos se iban multiplicando ante la mirada
cómplice y estupefacta de sus habitantes. Las fugas ya eran un secreto a voces
y las cámaras de los telediarios occidentales grababan las escenas de pequeños
grupos cruzando el Danubio a escondidas o corriendo entre los matorrales hasta llegar
a la primera casa austriaca. Eran imágenes increíbles hacía tan sólo unos meses
antes. Y provocaron un efecto bola de nieve.
En Alemania oriental
casi todo el mundo veía la televisión de la Alemania occidental. De pronto
millones de personas veían en directo como era posible llegar al oeste dando un
pequeño rodeo por Hungría y pasando por Austria. Cruzar el muro ya era posible
y miles de personas, sobre todo parejas jóvenes y preparadas, se fueron a pasar
sus vacaciones a Hungría con la intención de no volver a la RDA.
Un problema humanitario y
diplomático
En julio de 1989 había
más alemanes orientales que nunca en Hungría. La presión era ya tan grande que
resultaba imposible hacer la vista gorda o negar la realidad. La huída en
grupos pequeños y discretos ya no era factible, y el Gobierno húngaro se
encontraba en una situación muy embarazosa. Aliada de la RDA, en teoría debería
haber apresado a los fugitivos y haberlos devuelto a su país, sin embargo eso
habría arruinado sus intentos de acercarse a Occidente y a su ayuda económica,
fundamental para el futuro del país. Finalmente una ‘oportuna’ visita de Estado
del presidente de los EEUU, George Bush, a Budapest en julio puso fin a las
dudas: los estadounidenses ayudarían a los húngaros con dinero, a cambio de que
siguieran mirando hacia otro lado.
Alemanes orientales cruzan la frontera en Hungría. |
La huída de alemanes
orientales ya era masiva. Surgieron problemas diplomáticos y humanitarios. La
embajada de la República Federal Alemana en Budapest se colapsó de fugitivos a
la espera de un visado. Pernoctaban en la calle y pasaban días esperando a ser
atendidos por un gobierno alemán occidental que no quería enemistarse con la
RDA, pero que no podía ignorar a los alemanes orientales que clamaban auxilio.
Los fugitivos cada vez eran más. El 19 de agosto el movimiento pan europeo (liderado por el heredero de los Habsburgo), promovió una comida campestre en la frontera entre Austria y Hungría para estrechar los lazos entre la población de su antiguo imperio. Era una excusa. En el momento en el que los policías húngaros abrieron el portón fronterizo, miles de alemanes orientales cruzaron en estampida la frontera hacia Austria. Hombres, mujeres y muchos niños, incluso bebés en carritos, huyeron durante los minutos que se mantuvo abierta la puerta a Occidente. Las imágenes de los alemanes orientales huyendo dieron la vuelta al mundo entero que observaba atónito lo que estaba pasando.
En la RDA todos lo
sabían y la censura en la televisión oficial parecía absurda. No fue hasta el 5
de agosto de 1989, cuando miles de personas habían abandonado el país, que los
servicios informativos admitieron por primera vez “problemas con los viajes al
extranjero”. El régimen hacía como si nada estuviera pasando mientras su pueblo
se escapaba por el agujero húngaro.
El Gobierno de la RDA. |
Dentro del país el
ambiente se empezaba a ir caldeando con cada vez más manifestaciones
espontáneas y prohibidas que la policía secreta no podía impedir. También
dentro del régimen la preocupación por su supervivencia se hacía cada vez más
evidente. Una generación de dirigentes más jóvenes se preparaba para hacerse
con el poder y desbancar a los ancianos en torno a Honecker que dirigían el
país, totalmente ajenos a los cambios que se estaban produciendo.
Por fin el 11 de
septiembre de 1989 Hungría abrió oficialmente sus fronteras con Austria dejando
pasar a los alemanes orientales que llevaban semanas esperando. Se acabó la
obligación legal de detener la fuga. Fue el principio de una huída masiva e
imparable. A finales de mes unas 32.500 personas habían abandonado la RDA. El
agujero húngaro había convertido el muro de Berlín en algo inútil y las horas
del régimen comunista empezaban a estar contadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario