28/7/14

El último verano de la RDA

Hace 25 años la RDA vivió  su último verano. Tan solo unos meses antes nada presagiaba que las cosas fueran a cambiar, pero en julio y agosto de 1989 una pequeña rendija en el telón de acero supuso el principio del fin del estado comunista alemán del Pacto de Varsovia y de la caída del muro de Berlín. 

El verano de 1989 fue el último de la RDA. Tras 40 años de existencia, un agujero en el telón de acero supuso el principio del fin. El 2 de mayo de 1989 soldados húngaros cortaron las vallas de alambres de espino de su frontera con Austria. Era la consecuencia de la nueva política de la URSS de Gorbatchov. La Unión Soviética, prácticamente arruinada, no podía hacer frente al mantenimiento de su imperio de países satélites en el este de Europa. Cada uno tendría que buscarse la manera de sobrevivir, y Hungría aspiraba a mejorar sus relaciones con sus ricos vecinos occidentales.
  
La URSS miraba hacia otro lado mientras uno de los países del Pacto de Varsovia rompía la disciplina del bloque comunista. Eso tendría consecuencias para el resto. Por ejemplo para Alemania oriental, la República Democrática Alemana (RDA). Desde 1961 un muro separaba a sus ciudadanos de la parte occidental de Berlín y una larguísima frontera fortificada y estrechamente vigilada entre el Mar Báltico y Baviera evitaba que los alemanes del este cruzaran al oeste.

Frontera entre las dos Alemanias.
La frontera era impenetrable y las normas inflexibles. Para un vecino de Erfurt, en la parte oriental, era mucho más fácil conseguir un permiso para ir a Bucarest, a más de 1.300 kilómetros de distancia al este, que a la ciudad alemana occidental de Kassel, a tan sólo 115 kilómetros al oeste. Como dijo Winston Churchill, un telón de acero atravesaba Europa y separaba a sus habitantes entre dos mundos diferentes y enfrentados por la guerra fría.

En Alemania, ese telón, además, separaba a familias y amigos. Nada hacía prever que las cosas fueran a cambiar. De hecho, muy poco tiempo antes, en 1987, el líder de la RDA, Erich Honecker, fue recibido con honores en Bonn, la capital de Alemania occidental, en un gesto histórico que demostraba que los alemanes se habían resignado y acostumbrado a la división permanente de su país en dos estados. Fue así hasta el verano de 1989. Entonces el agujero abierto en el telón de acero húngaro lo cambió todo.


Vacaciones masivas en Hungría

Los ciudadanos de los países del Pacto de Varsovia no podían viajar al oeste de Europa, pero sí podían hacer turismo dentro de sus fronteras. Los alemanes orientales eran los que, con diferencia, tenían un mejor nivel de vida en el bloque oriental y eran los que más viajaban en sus vacaciones. Iban a Polonia, Bulgaria, Checoslovaquia y, por supuesto, a Hungría. Por lo tanto, en el verano de 1989 era posible viajar desde la RDA a Hungría para pasar las vacaciones veraniegas y, desde allí, colarse por el agujero para huir al oeste. Parecía irreal, pero era técnicamente posible.

A pesar del desmantelamiento de las vallas fronterizas, cruzar la línea seguía siendo un riesgo y una empresa peligrosa. Las normas de paso por la frontera húngara a Austria no habían cambiado. Es decir, si la policía atrapaba a alguien con la intención de cruzarla sin permiso, era detenido y entregado al país comunista hermano donde las consecuencias previsiblemente serían muy desagradables. Pero no siempre había policías en la frontera y, sobre todo, ya no había vallas ni alambres de espino que obstaculizaran el camino.

Coches abandonados en la frontera.
Al principio eran muy pocos los que se atrevían a intentarlo. Llegaban a los pueblos húngaros fronterizos en sus coches alemanes orientales y merodeaban por la zona hasta que conseguían pasar a pie en pequeños grupos. Lo abandonaban todo, no solamente sus coches. Sus casas, sus empleos, sus familias, todo quedaba atrás por conseguir el sueño de llegar a occidente.

Pero el riesgo y su precio eran rentables para cada vez más personas. Los coches alemanes orientales abandonados en los pequeños pueblos se iban multiplicando ante la mirada cómplice y estupefacta de sus habitantes. Las fugas ya eran un secreto a voces y las cámaras de los telediarios occidentales grababan las escenas de pequeños grupos cruzando el Danubio a escondidas o corriendo entre los matorrales hasta llegar a la primera casa austriaca. Eran imágenes increíbles hacía tan sólo unos meses antes. Y provocaron un efecto bola de nieve.

En Alemania oriental casi todo el mundo veía la televisión de la Alemania occidental. De pronto millones de personas veían en directo como era posible llegar al oeste dando un pequeño rodeo por Hungría y pasando por Austria. Cruzar el muro ya era posible y miles de personas, sobre todo parejas jóvenes y preparadas, se fueron a pasar sus vacaciones a Hungría con la intención de no volver a la RDA.


Un problema humanitario y diplomático

En julio de 1989 había más alemanes orientales que nunca en Hungría. La presión era ya tan grande que resultaba imposible hacer la vista gorda o negar la realidad. La huída en grupos pequeños y discretos ya no era factible, y el Gobierno húngaro se encontraba en una situación muy embarazosa. Aliada de la RDA, en teoría debería haber apresado a los fugitivos y haberlos devuelto a su país, sin embargo eso habría arruinado sus intentos de acercarse a Occidente y a su ayuda económica, fundamental para el futuro del país. Finalmente una ‘oportuna’ visita de Estado del presidente de los EEUU, George Bush, a Budapest en julio puso fin a las dudas: los estadounidenses ayudarían a los húngaros con dinero, a cambio de que siguieran mirando hacia otro lado.

Alemanes orientales cruzan la frontera en Hungría.
La huída de alemanes orientales ya era masiva. Surgieron problemas diplomáticos y humanitarios. La embajada de la República Federal Alemana en Budapest se colapsó de fugitivos a la espera de un visado. Pernoctaban en la calle y pasaban días esperando a ser atendidos por un gobierno alemán occidental que no quería enemistarse con la RDA, pero que no podía ignorar a los alemanes orientales que clamaban auxilio.

Los fugitivos cada vez eran más. El 19 de agosto el movimiento pan europeo (liderado por el heredero de los Habsburgo), promovió una comida campestre en la frontera entre Austria y Hungría para estrechar los lazos entre la población de su antiguo imperio. Era una excusa. En el momento en el que los policías húngaros abrieron el portón fronterizo, miles de alemanes orientales cruzaron en estampida la frontera hacia Austria. Hombres, mujeres y muchos niños, incluso bebés en carritos, huyeron durante los minutos que se mantuvo abierta la puerta a Occidente. Las imágenes de los alemanes orientales huyendo dieron la vuelta al mundo entero que observaba atónito lo que estaba pasando.



En la RDA todos lo sabían y la censura en la televisión oficial parecía absurda. No fue hasta el 5 de agosto de 1989, cuando miles de personas habían abandonado el país, que los servicios informativos admitieron por primera vez “problemas con los viajes al extranjero”. El régimen hacía como si nada estuviera pasando mientras su pueblo se escapaba por el agujero húngaro.

El Gobierno de la RDA.
Dentro del país el ambiente se empezaba a ir caldeando con cada vez más manifestaciones espontáneas y prohibidas que la policía secreta no podía impedir. También dentro del régimen la preocupación por su supervivencia se hacía cada vez más evidente. Una generación de dirigentes más jóvenes se preparaba para hacerse con el poder y desbancar a los ancianos en torno a Honecker que dirigían el país, totalmente ajenos a los cambios que se estaban produciendo.  


Por fin el 11 de septiembre de 1989 Hungría abrió oficialmente sus fronteras con Austria dejando pasar a los alemanes orientales que llevaban semanas esperando. Se acabó la obligación legal de detener la fuga. Fue el principio de una huída masiva e imparable. A finales de mes unas 32.500 personas habían abandonado la RDA. El agujero húngaro había convertido el muro de Berlín en algo inútil y las horas del régimen comunista empezaban a estar contadas.     

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