9/6/13

LOS NAZIS MÁS FANÁTICOS

El general Reinecke, líder de los NSFO.
“A la voluntad revolucionaria del enemigo tenemos que enfrentarle toda la fuerza revolucionaria del nacionalsocialismo. Ejército, partido, milicia son la revolución nacionalsocialista. El soldado alemán lucha por lo tanto en calidad de nacionalsocialista armado. Llevar la guerra desde un punto de vista estrictamente militar no es suficiente”.
El 22 de diciembre de 1943 Adolfo Hitler firmó la orden para crear a los “oficiales de mando nacionalsocialistas” (Nationalsozialistische Führungsoffiziere, NSFO), un cuerpo especial dentro del cuerpo de oficiales en el ejército regular, la Wehrmacht, cuya misión era fortalecer el espíritu ideológico nazi entre la tropa y la oficialidad, y garantizar que la lucha tendría un carácter fanático según la voluntad del mismo Führer.
Los NSFO serían una especie de comisarios políticos dentro del ejército, pero a diferencia de los comisarios políticos del Ejército Rojo de la URSS, los NSFO eran ante todo oficiales. Participaban en la planificación militar y tenían mando directo sobre la tropa. Su misión era asegurarse de que las batallas se desarrollarían según la voluntad de Hitler de “resistir hasta el último hombre y la última bala”.


Los nazis estaban dejando de confiar en los oficiales tradicionales, muchos de los cuales procedían de la aristocracia prusiana más tradicionalista. Los aristócratas habían sido, desde hacía siglos, los “dueños” del ejército, primero de Prusia y más tarde de la Alemania unificada bajo el Kaiser. Hasta la Primera Guerra Mundial (1914-1918) formaban una casta superior que no se mezclaba con el resto de la sociedad alemana. El país había vivido una profunda transformación económica y social en el último tercio del S.XIX gracias a la Revolución Industrial, pero los aristócratas prusianos seguían siendo un grupo cerrado que monopolizaba el control del ejército,  la institución más poderosa y tradicional del país.

Tras la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, los vencedores prohibieron a los vencidos mantener un ejército superior a los 100.000 hombres, un número minúsculo comparado con la inmensa maquinaria militar alemana durante la guerra. Sin embargo, los aristócratas mantuvieron su influencia y su control de este ejército ya absolutamente profesionalizado. La mayoría de los oficiales alemanes que desempeñaron un papel destacado en la Segunda Guerra Mundial formaban parte de este pequeño ejército durante la República de Weimar, la primera democracia de Alemania hasta 1933, año en la que fue desmantelada por Hitler y los nazis.


Los oficiales aristócratas en el ejército odiaban la democracia y a los partidos políticos que la sustentaban, y apoyaron a Hitler al llegar al poder. De hecho, Hitler siempre trató de agasajar y ganar el favor de los militares para su causa, ya que los necesitaba para realizar sus sueños de conquistar el “espacio vital” en Europa. Los militares veían con buenos ojos estos objetivos imperialistas, y estaban entusiasmados ante la perspectiva de reconstruir el inmenso y temible ejército alemán.

Típico oficial aristócrata.
Sin embargo, no se fiaban de los nazis más radicales encuadrados en torno a las tropas de asalto (Sturmabteilung, SA) al mando de Ernst Röhm, un amigo personal de Hitler. Este utilizaba un discurso revolucionario en el que no escondía su desprecio hacia la aristocracia y reclamaba una revolución nacionalsocialista igualitaria contra los ricos y los nobles. Hitler tuvo que elegir entre los militares y su amigo, y eligió a los militares. En la “Noche de los cuchillos largos” (30 de junio 1934), mandó asesinar a Röhm y domesticó a las SA hasta eliminar su fervor revolucionario.


Una década después, en plena Segunda Guerra Mundial y tras los desastres militares en Stalingrado y África en 1943, muchos oficiales alemanes empezaron a poner en duda la capacidad de Hitler para ganar la guerra. Era la época en la que en algunos círculos secretos se comenzó incluso a planificar el asesinato del dictador, plan que acabaría culminando con el fallido atentado contra Hitler el 20 de julio de 1944.


Hay que señalar que, desgraciadamente, la motivación contra el régimen nazi apareció en muchos una vez que estaba claro que la guerra no se podía ganar, y no por las atrocidades que se estaban cometiendo a lo largo y ancho de Europa desde bastante tiempo antes.


Llegan las derrotas y fin de la alianza

En esa etapa de la guerra Hitler estaba furioso por la dirección que estaban tomando los acontecimientos. La época de las grandes victorias como en 1939 contra Polonia o en 1940 en Francia y Europa occidental, había dado paso a un estancamiento y a la retirada en la URSS tras los éxitos iniciales de 1941 que llevaron a los alemanes hasta las mismas puertas de Moscú.


Hitler y muchos nazis comenzaron a creer que estas derrotas se debían a la falta de compromiso ideológico de los oficiales aristócratas que nunca habían abrazado el nazismo. De hecho, Hitler había enfocado la guerra en Europa oriental como un combate a muerte entre el nazismo y el comunismo, una lucha sin cuartel entre los arios germanos y los eslavos orientales, una guerra de exterminio sin reglas.


No se fiaba de que los oficiales hubieran comprendido la naturaleza de su guerra que él definía como “nacionalsocialista”, por lo que les acusó de no luchar con la determinación que esa guerra necesitaba. Podía ser que estos oficiales no comprendiesen o compartiesen la naturaleza de la guerra en el este, sin embargo, tampoco se opusieron a la matanza de judíos y de prisioneros de guerra por considerarlos racialmente inferiores.


La “revolución pendiente” nazi
 
Oficiales haciendo el saludo nazi.
Había también muchos nazis en escalones inferiores que sentían resquemor y desconfianza hacia los aristócratas, ya que se oponían a los cambios sociales revolucionarios que el Partido Nazi decía defender. Así, por ejemplo, los aristócratas eran cristianos practicantes y profundamente conservadores y en muchos casos terratenientes, mientras que los nazis perseguían una sociedad absolutamente laica basada en la “unidad del pueblo” sin diferencias sociales. Los oficiales aristócratas eran un obstáculo para esa “revolución pendiente”, y poco a poco dejaban de ser importantes a medida que los nazis se iban haciendo con el control del ejército.


Los NSFO creados por Hitler eran un instrumento para extender ese poder nazi en el ejército. Eran los encargados de crear un nuevo cuerpo de oficiales nazis, adictos al Führer y dispuestos a luchar de la manera despiadada y racista que su líder les exigía. No valían las reglas tradicionales de la guerra. La retirada no se contemplaba como opción, aunque enfrente hubiera tropas enemigas mucho más numerosas y se corriera el riesgo de ser cercado y eliminado. Hitler ya contaba para eso con sus tropas de élite de las SS, pero no eran suficientes.


A partir del atentado del 20 de julio de 1944 los oficiales tradicionales fueron perseguidos o tuvieron que abrazar el nazismo para evitar sospechas de deslealtad que eran castigadas con la muerte. Desde esa fecha los nazis suspendieron definitivamente su alianza con las clases sociales tradicionales de Alemania y se lanzaron a su revolución, apoyados por un régimen del terror, un poder omnipresente y absoluto de las SS y, por supuesto, el poder carismático e intocable del propio Hitler.


Aunque hubo muchos casos de abandono y deserción –unos 30.000 soldados alemanes fueron ejecutados por los nazis por desertar- el ejército alemán siguió luchando hasta el mismísimo final, hasta que ya no quedaba ninguna Alemania que defender y Hitler se había suicidado, a pesar de que estaba claro desde hacía mucho tiempo de que la guerra se había perdido. ¿Fanatismo?, ¿miedo?, ¿falta de alternativas? Lo cierto es que la dictadura nazi endureció significativamente sus mecanismos de poder y de represión en el último año de la guerra, lo que, sin duda, contribuyó a alargar la lucha y el sufrimiento de millones de personas. Los NSFO fueron un instrumento más de ese régimen.

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