21/3/12

LA DURÍSIMA VIDA DEL AMO


Guerrero espartano.
Atacaban de noche. Solos, desnudos, solamente armados con un puñal. Acechaban a sus víctimas desde sus escondites y cuando caía la oscuridad se acercaban con sigilo y las asesinaban robándoles sus alimentos. Después del sanguinario ataque desaparecían de nuevo en busca de más comida y más sangre. No eran simples ladrones ni asesinos perturbados, al menos así reconocidos. Pertenecían a una organización secreta de élite. Eran los más duros entre los duros. Los Krypteia, los guerreros espartanos más selectos de entre los mejores, cuya misión era sembrar el terror entre los hilotas, la población esclava de los alrededores de Esparta que mantenía a los espartanos con su servicio.

Entre los siglos VII y IV a. C. Esparta era una ciudad-estado (polis) griega muy peculiar. A diferencia del resto de griegos, los espartanos vivían por y para la guerra. Su vida giraba en torno al ejército y determinaba su educación. Era un ejemplo claro de una comunidad que no concebía los derechos individuales de sus ciudadanos que vivían en una sociedad en la que el colectivo lo era todo. Y ello con un objetivo claro: la sociedad espartana debía ser una ‘fábrica’ de soldados, y ésta debía funcionar en la vida igual que una falange hoplita, la formación militar por excelencia en la que luchaban los ciudadanos.

Según los espartanos, el responsable de esta organización del Estado era un hombre llamado Licurgo, probablemente una figura de ficción, al que según la tradición el dios Apolo le entregó la constitución de su ciudad. Licurgo era una figura temible, muy dura, que llegó al extremo de hacer jurar a los espartanos que respetarían sus leyes hasta que él regresara de un viaje. Pero nunca lo hizo, porque se suicidó solamente para que la nueva constitución de Esparta se cumpliera para siempre.

Busto de Licurgo (Museo del Prado).
Fuera verdadera o ficticia, la figura de Licurgo inspiró unas reglas de convivencia durísimas. Cada ciudadano estaba sometido a la llamada agogé, la famosa educación espartana que comenzaba el mismo día del nacimiento en el que se decidía si el bebé merecía vivir o no para convertirse en un guerrero o en una madre fértil. Si tenía alguna enfermedad o minusvalía era asesinado en su primer día, pero si sobrevivía a esta primera criba su sufrimiento no haría más que empezar.

Educados a latigazos
Los chicos hasta los siete años eran criados por sus madres, pero alcanzada esa edad dejaban de tener familia para pasar a pertenecer al estado espartano. Sus educadores eran entonces el látigo y la competición con los demás chavales. Debían ser fuertes y duros, futuros guerreros invencibles e insensibles. Apenas se les daba de comer y se les animaba a robar para incrementar su dieta. Pero sufrían un durísimo castigo si eran descubiertos, no por robar, sino por haber sido poco astutos.

La culminación de la educación de los jóvenes era el festival en honor de la diosa Artemisa Ortia, un espectáculo sanguinario en el que los jóvenes debían apoderarse de unos quesos depositados en un altar protegidos por un grupo de adultos armados con palos. Debían resistir los golpes que en muchos casos acababan en la muerte de los jóvenes. Los espartanos no se andaban con bromas.

El territorio de Esparta.
Cuando cumplían los 20 años los chicos jóvenes, por fin, pasaban a formar parte del ejército, aunque no llegaban a ser ciudadanos de pleno derecho hasta los 30. Ya eran guerreros espartanos, homoioi o iguales, condición que no abandonarían hasta los 60 años, una edad que muy pocos llegaban a vivir en esa época.

Sin embargo, había un grupo de jóvenes guerreros que eran apartados del resto y se sometían a un entrenamiento especial: los Krypteia. Dependían directamente de los éforos, la máxima autoridad espartana, y su objetivo era sembrar el terror entre los hilotas, la población esclava que vivía en Esparta.

El dominio del miedo
Los espartanos eran muy pocos en comparación con los hilotas. Éstos eran esclavos sometidos a base de miedo y amenazas, pero en realidad los espartanos dependían de ellos. Los hilotas labraban el campo, limpiaban, cocinaban, hacían todas las labores imprescindibles para el funcionamiento de la sociedad ya que los espartanos solamente se concentraban en la guerra.

La relación con los hilotas era peculiar. Por un lado los espartanos les despreciaban por su condición servil, pero por otro les temían. En el S. VIII a.C en plena crisis debido a la explosión demográfica en Grecia, a diferencia de otras ciudades griegas que colonizaron otras tierras, los espartanos reaccionaron atacando y conquistando la vecina ciudad de Mesenia y su territorio para explotarlo. Sus habitantes fueron convertidos en hilotas, pero nunca dejaron de anhelar su independencia por lo que se rebelaron hasta en dos ocasiones poniendo en serios apuros a los espartanos.
Ruinas de Esparta.

Los espartanos querían trasladar su miedo a sus adversarios. Por ello los Krypteia eran la manera más cruel de mantener a los hilotas en un estado de constante pavor. La muerte acechaba en cada momento y lugar, y no habría castigo para los asesinos ya que la acción de los Krypteia no era ilegal: cada año los éforos declaraban la guerra a los hilotas proporcionando así un manto de legalidad a las masacres. No se sabe cuántos murieron de esta manera. Cuenta Plutarco que unos 2.000 que fueron utilizados como soldados y que fueron liberados por su valentía en el campo de batalla desaparecieron poco a poco. ¿Fueron asesinados por los Krypteia?

Aunque al final Esparta acabó venciendo a sus vecinos, siempre había miedo a una nueva rebelión. Fue por eso que los espartanos enfocaron su sociedad hacia la guerra, para poder someter a sus esclavos, a los que a su vez necesitaban para ser guerreros. Resulta paradójico que para mantener a sus esclavos, los espartanos se esclavizaron a su vez sometiéndose a las durísimas condiciones del guerrero e hipotecaron el futuro de su ciudad.

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