26/1/12

EL PRIMER IMPERIO DE LA HISTORIA

Posible cabeza de Sargón I.
La leyenda que dio comienzo al primer imperio de la historia comienza así:

“Sargón, el soberano potente, rey de Agadé, soy yo.
Mi madre fue una variable (?), a mi padre no conocí.
Los hermano(s) de mi padre amaron las colinas.
Mi ciudad es Azupiranu, situada en las orillas del Eufrates.
Mi variable madre me concibió, en secreto me dio a luz.
Me puso en una cesta de juncos, con pez selló mi tapadera.
Me lanzó al río, que no se levantó (sobre) mí.
El río me transportó y me llevó a Akki, el aguador.
Akki, el aguador, me sacó cuando hundía su p[o]zal.
Akki, el aguador, [me aceptó] por hijo suyo (y) me crió.
Akki, el aguador, me nombró su jardinero”.

Este texto, escrito en cuneiforme en una tablilla de barro, describe la leyenda del primer rey que gobernó un imperio en la historia de la humanidad. Sargón I, rey de los acadios, también conocido como Agadé. Subió al trono en el año 2334 a.C. -según la cronología media- y reinó en Mesopotamia hasta su muerte en 2279 a.C. Fueron más de cinco décadas en el poder durante las cuales unificó bajo su mando el territorio entre los ríos Éufrates y Tigris, y acabó con la libertad y la autonomía de las ciudades de Sumeria, la cuna de la civilización en Oriente Medio.

Tablilla con la leyenda de Sargón.
En realidad no se sabe cómo se llamaba Sargón, ya que ese nombre en acadio significa “el rey verdadero o legítimo”, un título que da a entender que en realidad era un monarca ilegítimo. Por ello debió necesitar de una leyenda que justificara su ascensión al trono, un camino que consiguió culminar con éxito gracias a la violencia y a la guerra.

Como se cuenta arriba, la leyenda de Sargón comienza con su madre abandonándole a su suerte en el río dentro de una canasta, y cómo es recogido y adoptado por un aguador. Sin embargo, ese aguador no era un cualquiera, era un funcionario de primera fila del rey de la ciudad Sumeria de Kish, por lo que ya desde su infancia más pequeña el joven Sargón fue introducido en el círculo íntimo de la realeza. Un día el futuro rey tuvo un sueño, en el que la diosa Innana le anunciaba que su destino sería el de reinar sobre la ciudad y todo el territorio que le rodea. Por supuesto que Sargón no podía oponerse a los deseos divinos y se hizo con el poder de la ciudad primero, y de toda Sumeria después.

Del Mediterráneo al Golfo Pérsico
Esta leyenda, que claramente inspiraría la leyenda de Moisés en el Antiguo Testamento, sirvió para justificar a sus súbditos por qué Sargón I era el rey y por qué había conquistado un territorio tan extenso que abarcaba desde el Mediterráneo, la actual Siria, Mesopotamia (hoy Irak) hasta bien entrados los montes Zagros en el actual Irán. Era la primera vez en la historia que este territorio se unificaba bajo un solo mando y que las ciudades, hasta ese momento independientes, tenían que pagar impuestos a la corte central, establecida en una nueva ciudad fundada por Sargón y que llamaría Akkad, o Agadé.      

Este imperio acadio se levantó sobre la sangre y la guerra, pero sus orígenes parecen ser menos traumáticos. Los acadios eran un pueblo de origen étnico semita y con una lengua diferente a la de la población autóctona original, los sumerios. Éstos ya contaban con una escritura propia, la cuneiforme, y una cultura urbana y religión bastante desarrolladas. Los semitas, según parecen indicar las investigaciones sobre este asunto, no se impusieron por la fuerza a los sumerios, sino que se fueron integrando poco a poco adoptando su religión y su escritura en un ejemplo de simbiosis cultural. Lo que sí ocurriría de manera violenta es la toma del poder político por Sargón y sus descendientes, pero no habría imposición cultural ninguna.

Sin embargo, las diferentes ciudades conquistadas seguían aspirando a la independencia, por lo que una vez fallecido Sargón I en el 2279 a.C., sus descendientes tuvieron que pelear para conservar su imperio. Su nieto, el rey Naram Sin, consiguió recuperar el esplendor y la fuerza del imperio de su abuelo. De hecho reforzó su poder poniéndose al mismo nivel que los dioses. Es decir, fue el primer rey –con permiso de los faraones en Egipto- que legitimó su poder basándose en su divinización. Una estela de gran valor artístico e histórico, actualmente en el Museo del Louvre, le representa sobredimensionado subiendo una colina pisoteando a sus enemigos derrotados.

El final
Pero un imperio cuya existencia se basaba en la guerra y en la represión no podía perdurar. El hijo de Naram Sin, un rey llamado Sharkalisharri, no supo o pudo defender su reino que cayó bajo las hordas de los gutis, un pueblo nómada de las montañas de los Zagros. Ocurrió poco más de un siglo después de la subida al trono de Sargón, cuyo imperio cayó tras la muerte de su bisnieto.

Estela de Naram Sin.
Sin embargo, como se merece un imperio cuyo principio se debe a una leyenda, su fin también tiene su propio relato, la llamada “Maldición de Agadé”. Esta cuenta que Agadé o Akkad llegó a poseer tantas riquezas que causó la enemistad de un dios llamado Enlil, el dios del cielo, del viento y las tempestades. Enfadado, Enlil moviliza a los demás dioses para que abandonen Agadé, lo que provoca su decadencia y empobrecimiento. El rey Naram Sin reacciona con tristeza y durante años espera impaciente al retorno de los dioses. Pero como estos no vuelven, su tristeza se convierte en furia. Entonces manda a sus tropas a arrasar el templo de Enlil. El dios reacciona con más enfado y envía a los gutis a arrasar Agadé y a condenarla al olvido.

Así terminó el imperio acadio, cuya capital sigue sin hallarse todavía.

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