
Los soldados alemanes, que tan solo un par de años antes habían dominado Europa desde Francia hasta bien entrada la estepa rusa y desde Noruega hasta los desiertos de Libia, estaban presos o muertos. La guerra había terminado, pero un pequeño grupo de 11 soldados seguía manteniendo su posición, completamente olvidados por el resto del mundo en las apartadas islas árticas de Spitzbergen, al norte de Noruega, muy cerca del Polo Norte. Eran los últimos soldados del Tercer Reich.
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Situación de las islas Spitzbergen. |
En septiembre de 1944 se instalaron en la isla de Nordaustlandet en el archipiélago de Svalbard (Spitzbergen) con la misión de construir una estación meteorológica. Debían surtir de información al alto mando de la marina alemana, una labor fundamental para el esfuerzo de guerra ya que la información meteorológica que pudieran enviar era de primerísima calidad. En una época en la que los aliados controlaban el aire con su aviación, el ejército alemán necesitaba conocer con antelación las borrascas y los días nublados en los que los aviones enemigos no podrían despegar para atacar sus posiciones. Por eso no escatimaron en ningún esfuerzo ni gasto para esta misión ultrasecreta que llevaría el nombre de ‘Haudegen’ (estocada en alemán).
Llegaron a la isla con un barco y un submarino. Tenían prisa por desembarcar todo el material y construir la base, lo que hicieron en un tiempo récord ya que muy pronto descenderían las temperaturas y llegaría el temido invierno ártico atrapando a las naves. Los miembros de la misión eran en su mayoría marineros expertos en telecomunicaciones que habían sido reclutados desde todos los puestos de mando que los alemanes tenían en Europa. No tenían más de 20 años y les habían dicho que necesitaban soldados valientes para una misión secreta en “un lugar muy frío”. Habían sido entrenados en los Alpes para aguantar y luchar en situaciones de clima extremo, pero no supieron a dónde irían hasta que desembarcaron en el ártico.

Existía cierta tensión entre los hombres de la expedición, ya que les habían inculcado la necesidad de estar constantemente en alerta debido al peligro que representaban las fuerzas especiales británicas. Aunque su misión era secreta y casi nadie conocía su paradero, no podían descartar un ataque por sorpresa en cualquier momento, como había ocurrido en estaciones meteorológicas alemanas similares a lo largo de la guerra. Pero el único ‘enemigo’ contra el que tuvieron que disparar los marinos alemanes eran los osos polares que merodeaban alrededor de la base. Eran un verdadero peligro, sobre todo a la hora de ir al baño que estaba en una caseta apartada. Al final de la expedición habían abatido a cuatro osos.

Sin embargo, a partir de mayo de 1945, cuando se acabó la guerra, la preocupación de los soldados de la estación empezó a aumentar. Se habían olvidado de ellos. Su misión era tan secreta que nadie sabía dónde estaban. Antes de la rendición, sus compañeros habían quemado cualquier tipo de información que pudiera indicar dónde estaba la base, por lo que ni alemanes ni aliados podían encontrarles. Desesperados, no dejaban de emitir mensajes por radio, pero no recibían respuesta. Se acercaba otra vez el invierno y esta vez sí que tendrían problemas de suministros si no les sacaban pronto de allí, ya que quedarían otra vez atrapados por el hielo y la oscuridad.
Pero el 3 de septiembre de 1945 por fin llegó su salvación. Un ballenero noruego encontró la base y sacó a los soldados alemanes de allí. Ahora sí que el ejército alemán al completo se había rendido.
Mi padre estuvo en esa mision. Se llamaba Erik Von Diola. Luego de la guerra conocio a mi madre, San Gush de Von Diola.
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