18/4/11

¡LLEGAN LOS LEGIONARIOS!

Ruinas de Emporión (Ampurias).
Las olas chocaban contra el casco del barco mientras el sonido de los remos hundiéndose en el agua configuraba un ritmo monótono y constante. En la proa, un grupo de hombres fijaba sus miradas en el horizonte, entre ellos un general romano. La delgada línea de tierra se iba acercando cada vez más hasta que se podía distinguir claramente la entrada en la bahía. No estaban solos. Pegada a la popa, una escuadra de barcos de distinto tipo seguían a la nave capitana en su ruta hacia una nueva tierra.

Las horas iban pasando y a medida que la flota se iba acercando a la costa la tensión crecía entre los legionarios y marineros. A su derecha, un cabo rocoso, enorme y peligroso (el cabo de Creus) protegía la bahía desde el norte. La maniobra marinera era arriesgada, ya que tenían que sortear las peligrosas corrientes que les podrían arrastrar a los acantilados donde los barcos podrían estrellarse matando a todos sus ocupantes.

Tuvieron suerte. Los vientos eran propicios y las corrientes no les traicionaron. Ya se empezaba a poner el sol y las últimas luces del día cegaban a los que desde las cubiertas de los barcos trataban de distinguir la silueta de la ciudad griega de Emporión. Pocas horas después, y bajo la luz de las antorchas, las enormes playas de arena fina cerca de la ciudad estaban llenas de soldados romanos, más de 50.000, que trataban de organizarse para construir un campamento y asentarse en su nuevo dominio. Los griegos nada podían hacer excepto mostrar su hospitalidad y observar a la tropa con la esperanza de que se fueran pronto.

Cabo de Creus.
Era el año 218 a.C. La República de Roma se encontraba en su segunda guerra cruel y sanguinaria con su eterno enemigo de Cartago. Aníbal, el mítico general cartaginés, había comenzado el nuevo conflicto con el asalto de la ciudad de Sagunto, aliada de Roma. El cartaginés se encontraba ahora de camino hacia la península itálica a través de los Alpes, desafiando así a los romanos en su propio territorio.

Los romanos reaccionaron con un movimiento arriesgado. Lo cuenta el historiador romano Tito Livio: “Cneo Cornelio Escipión, enviado a Hispania con una escuadra y un ejército, zarpó de las bocas del Ródano y doblando los montes Pirineos abordó en Ampurias. Desembarcó allí el ejército, y empezando por los lacetanos, sometió a Roma toda la costa hasta el Ebro, unas veces renovando alianzas, otras estableciéndolas” (Tito Livio, Ab urbe condita, XXXIV, 9).

El objetivo romano era cortar las comunicaciones de Aníbal con sus bases en el sur de Hispania, sobre todo Cartago Nova (Cartagena) y evitar que recibiera refuerzos a lo largo de la costa. Para ello iban a apoyarse en Emporión (Ampurias), aliada de los romanos. Esa ciudad Iba a ser la puerta de una invasión que cambiaría para siempre el destino de la Península Ibérica que recibiría un nombre nuevo: Hispania. Pronto sería una provincia romana más. 


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