14/2/11

Juntos de la mano al paraíso

San Eulogio
Aurelio cogió con fuerza la mano de su esposa Sabigoto. Ambos se miraron fijamente a los ojos. Tenían la boca seca y las manos frías y húmedas. Estaban aterrados. Sus cuerpos no obedecían a sus mentes. Respiraciones aceleradas. Sus piernas temblaban descontroladas y parecía imposible que pudieran subir los escalones. Finalmente lo lograron. Cogidos fuertemente el uno del otro, la pareja subió poco a poco las escaleras de madera hasta subir a una pequeña plataforma desde la que se divisaba toda la plaza de la gran mezquita.

Era un día de mucho ajetreo, como siempre en la Córdoba medieval. Miles de campesinos y comerciantes hacían negocio mientras los funcionarios del emir se paseaban entre el gentío para evitar robos o mediar en las trifulcas de los mercaderes. Era un día como cualquier otro, pero no para Aurelio y Sabigoto. La pareja, de pie sobre la plataforma y cogidos de la mano, se quedaron un buen rato observando la plaza. Nadie se percató de que estaban allí. De repente, Aurelio, después de haber reunido algo de valor, soltó un pequeño hilillo de voz apenas audible entre el gentío.

Nadie se giró. No le habían oído. ¿Todavía podía haber marcha atrás? ¿Podían escapar a su decisión? Aún había una oportunidad. Tenían dos hijas pequeñas y un nivel de vida bastante acomodado a pesar de ser cristianos, una comunidad que gozaba de libertad de culto y de movimiento en plena capital del Islam en la Península Ibérica. Sin embargo, recordaron las palabras de Eulogio sobre el paraíso. No iban a morir. Simplemente acelerarían un hecho inevitable: el paso de una vida mortal, plagada de pecados y absurda a otra vida eterna junto a Dios. Eulogio les aconsejó dejarlo todo porque la recompensa del cielo es mayor. Sus hijas irían a un lugar seguro y sus riquezas serían vendidas y entregadas a los pobres. ¿Podían negarse a esto?

Aurelio comenzó a respirar con calma. Miró fijamente el arco de herradura ricamente decorado de una de las entradas de la gran mezquita que tenía enfrente y exclamó a pleno pulmón: “¡Mahoma es un farsante y el emir un tirano! ¡No hay más señor que Dios Todopoderoso, su hijo Jesús y el Espíritu Santo!” Sabigoto le siguió: “¡Muera el emir! ¡Mahoma no fue más que un mercader farsante y mentiroso!” Ya no había marcha atrás. La plaza enmudeció. Les habían oído. Los funcionarios del emir ya se acercaban corriendo para detenerlos. Habían cometido blasfemia, y eso se condenaba con la muerte. Pocos días después Aurelio y Sagiboto fueron ejecutados.

Reliquias de los mártires. Iglesia de S. Pedro, Córdoba.
Aunque puede que no haya ocurrido así exactamente, el martirio voluntario de esta pareja sí sucedió en la realidad. Desgraciadamente no fueron los únicos, ya que entre los años 851 y 852 unas 27 personas fueron ejecutadas en la Córdoba islámica por atentar contra el Corán. Eran cristianos que habían sido animados al suicidio por un tal Eulogio, un sacerdote que fue escribiendo minuciosamente las vidas y muertes de sus mártires en un libro, el Memoriale Sanctorum. Allí se recoge la vida y el suicidio de Aurelio y de Sagiboto y de otros muchos pobres ingenuos que se dejaron embaucar por Eulogio, que fue ejecutado pocos años después, en 859, por enviar a la muerte a sus feligreses.

Sin embargo a San Eulogio hoy no se le conoce ni por fanático ni por dejar huérfanos a los niños cristianos cordobeses. Nadie se acuerda de Aurelio y de Sagiboto, y nada se sabe del destino de sus hijas. Pero la Iglesia considera al hombre que les empujó a la muerte “la mayor gloria de España en el siglo noveno” y le reserva el 9 de enero de cada año para rendirle homenaje.









2 comentarios:

  1. Menuda pieza este Eulogio que luego convirtieron en San.. Me has puesto el vello de punta con el relato, Michael. Y sabes que es lo que me parece más triste? que todavía hoy existen demasiados mártires.
    Un saludo. Me encanta tu blog.

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  2. Muchas gracias Iconos. Resulta frustrante que con la información que tenemos ahora se siga manteniendo a determinados personajes como ejemplo a seguir. No hace falta más que echarle un vistazo a lo que dicen las webs católicas de San Eulogio. Gracias por tu comentario, me da muchos ánimos.

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