11/9/16

Muerte entre los pinos

El pinar de Valsaín es un impresionante mar de tranquilidad y sosiego en la falda de la sierra no muy lejos del ajetreo de Madrid. Es de los pocos sitios cerca de la capital donde aún se puede escuchar el silencio. Pero durante una semana, del 30 de mayo al 2 de junio de 1937, las explosiones, los gritos y los disparos aniquilaron esa paz y la guerra entró a saco en el bosque. La Guerra Civil había llegado. Hoy, sus vestigios siguen casi intactos entre los árboles. Pero esta vez envueltos en silencio.

A mediados de 1937 la República había aguantado en Madrid los embistes de los sublevados. Franco había tratado de conquistar la capital en diferentes ocasiones y desde diferentes direcciones: En ataque frontal a través de la Casa de Campo, rodeándola por el noroeste por la Carretera de la Coruña y por el sureste cruzando el río Jarama, e incluso desde Guadalajara. En todos estos ataques los soldados de Franco fracasaron y Madrid resistió.

Los soldados republicanos, que al principio de la guerra eran en su mayoría milicianos que no sabían luchar, se habían fogueado durante estas batallas. En pocas semanas, estos milicianos sin experiencia marcial se transformaron en un verdadero ejército, el Ejército Popular. Con capacidad de aguantar a las aguerridas tropas profesionales de legionarios, marroquíes y los agresivos falangistas. Pero ya no era suficiente con aguantar y defenderse. Había que pasar al ataque.

El pinar de Valsaín.
En la primavera de 1937 Franco dejó de lado su obsesión por conquistar Madrid y concentró sus esfuerzos en el norte. La provincia vasca de Vizcaya, Cantabria y Asturias eran un reducto fiel a la República y en él se concentraba buena parte de la industria y de los recursos energéticos del país. Franco quería conquistar Bilbao y sus altos hornos para ponerlos al servicio de su máquina de guerra, y de paso poner fin al frente norte y contar con los soldados que quedarían libres para otras ofensivas. La República reconoció el peligro y trató de tomar medidas para frenar el avance franquista en el norte. Una de ellas eran ataques en otros frentes para distraer tropas enemigas y ganar tiempo.

Así fue como se decidió pasar al ataque en el frente de Madrid (donde estaban las mejores tropas republicanas) con un objetivo: Segovia. El plan era tomar al enemigo por sorpresa, conquistar la ciudad y, una vez puesto el pie en la meseta, seguir avanzando hasta Valladolid, la capital de Castilla e importantísimo nudo de comunicaciones del norte de España.

Sin embargo, para tomar esta pequeña capital de provincia muy cercana a la sierra madrileña había que cruzar montañas de más de 2.000 metros de altitud, cruzar extensos bosques y todo ello a través de pequeñas sendas y caminos por los que era (y sigue siendo) fácil perderse. Solamente una carretera cruzaba la zona y partía del Puerto de Navacerrada, bajaba al valle del Eresma, seguía por el pueblo de Valsaín y el palacio real de la Granja de San Ildefonso hasta llegar a Segovia. Por ahí debían atacar los miles de soldados republicanos apoyados por tanques y artillería. Todo un desafío logístico y táctico de difícil cumplimiento incluso para tropas bien entrenadas y expertas. La única posibilidad de éxito radicaba en el factor sorpresa.

Pero la bisoñez de los republicanos les pasó factura antes incluso de empezar el combate. En las maniobras de acercamiento de las tropas a los puntos desde donde iban a comenzar el asalto, no se tomaron las medidas mínimas de precaución y los observadores franquistas se dieron cuenta enseguida de lo que se estaba cociendo. Muy pronto trajeron refuerzos y la zona se fortificó y preparó para la ofensiva enemiga.


La batalla

En la mañana del 30 de mayo los tranquilos pinares de Valsaín se transformaron en un campo de batalla. Miles de soldados republicanos bajaron por las laderas de las montañas y con ellos los estruendos de las explosiones de la artillería y del fuego de ametralladora y de fusil. Los franquistas les estaban esperando. La carnicería estaba servida. Por un lado el ataque se dirigió al palacio de La Granja, donde se luchó cuerpo a cuerpo en sus magníficos jardines. Las fuentes y setos entre los que habían paseado generaciones de Borbones durante los meses de verano, se convirtieron en parapetos para los soldados y en improvisadas trincheras. El combate fue cruel. Los franquistas defendieron cada metro. Sabían que detrás de La Granja prácticamente estaba Segovia. No había más obstáculos que hubieran podido servir a la defensa.

Otro ataque republicano partió del Puerto de Navacerrada y, bajando por el valle del Eresma, tenía como objetivo el pequeño pueblo de Valsaín, el último de la sierra antes de la propia Segovia. En este sector del frente había dos cerros que, como dos columnas, dominaban desde sus altos la carretera desde el puerto: los cerros Matabueyes y del Puerco. Era fundamental para los republicanos tomar ambos para conseguir su objetivo. Y como en los jardines de La Granja, eran los últimos obstáculos naturales antes de la llanura que llevaba directamente a Segovia, a un tiro de piedra.

Gerda Taro reflejó el miedo de los soldados.
También aquí la lucha fue feroz. Los republicanos se estrellaban contra las defensas de los franquistas una y otra vez sufriendo enormes bajas. Muy pronto se hizo evidente que la ofensiva estaba sufriendo problemas serios. La aviación republicana no apareció. Sin apoyo aéreo, los aviones franquistas dominaron los cielos y atacaron a sus enemigos a placer. Desde el aire y desde las alturas de los cerros, la artillería y las ametralladoras sembraron los pinares de muerte. La fotógraga Gerda Taro, que acompañaba a los republicanos, retrató el miedo y el sufrimiento de los soldados. Heridos en camilla trasladados a la retaguardia, tanques escondidos entre los pinos para nos ser descubiertos por la aviación y, sobre todo, caras de preocupación mirando al cielo por si apareciera un caza que les pudiera ametrallar.

Tras cuatro días de combates los republicanos no consiguieron hacer retroceder a sus enemigos muy fuertemente atrincherados. La silueta de la catedral de Segovia se podía distinguir perfectamente en el horizonte, casi al alcance de la mano. Pero seguía demasiado lejos ante la tenacidad de la defensa franquista. La ofensiva fue cancelada. Más de 1.500 republicanos y 1.100 franquistas murieron. Segovia no había sido conquistada y los republicanos ni siquiera consiguieron su objetivo de distraer la ofensiva de Franco en el norte. Bilbao cayó el 19 de junio.


Un fracaso

La llamada ofensiva de La Granja fue un fracaso republicano y demostró las importantes deficiencias del Ejército Popular a la hora de organizar y llevar a cabo un ataque de grandes dimensiones. Sin embargo, sí consiguió asustar a los franquistas y convencerlos de que sus enemigos les podían golpear en cualquier momento y en cualquier lugar. Valsaín se convertiría en una fortaleza, en un cerrojo muy difícil de abrir para proteger Segovia durante el resto de la guerra y evitar sorpresas. Los cerros se fortificaron con parapetos y trincheras reforzadas por rocas. Se construyeron búnkeres y nidos de ametralladora, y una tupida red de trincheras en los pinares bloqueaba cualquier avance.

80 años después estas fortificaciones siguen vigilando la carretera de acceso desde los cerros. Sobre todo en el Cerro del Puerco se alza un complejo fortificado en perfectas condiciones de conservación. Incluso se puede leer las inscripciones que sus constructores escribieron en el cemento todavía fresco en el verano de 1937: “Viva España”, o los ingenieros de la “1ª Compañía de Sevilla” que firmaron el 7 de agosto de 1937, dos meses después de la batalla.


Desde entonces los pinares de Valsaín han recuperado la tranquilidad de siempre. Los fortines están vacíos y las trincheras abandonadas. Pero aún hoy, su presencia es etremecedora. Ocho décadas después, un gran símbolo de Falange tallado en la pared de hormigón de un búnker en la ladera del Cerro del Puerco sigue impertérrito y desafiante en su puesto, recordando que en ese lugar se libró una dura batalla en la que miles de hombres encontraron la muerte entre los pinos. 





  

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