13/11/13

LA ÚLTIMA GRAN BATALLA DE LA GUERRA CIVIL

El 13 de noviembre de 1938, hace hoy 75 años, terminó la última gran batalla de la Guerra Civil Española. La Batalla del Ebro fue la última esperanza de la República de dar la vuelta al destino de un conflicto que parecía irremediablemente perdido. Al final los franquistas ganaron y ya sólo era cuestión de tiempo que conquistaran Cataluña y le dieran la puntilla a una República agotada.

El 25 de julio por la noche las tropas republicanas sorprendieron a sus enemigos cruzando el Ebro por la zona de Tortosa. Los franquistas tenían pocas tropas estacionadas allí. No creían que su enemigo fuera capaz de atacarles, y, además, Franco estaba ocupado tratando de conquistar Valencia. Como era típico en este mal estratega -como ha sido calificado posteriormente por militares y analistas de la Guerra Civil-, Franco no era capaz de prestar atención a varios frentes a la vez. La consecuencia fue la dejadez y el abandono de sus tropas en el Ebro, fruto también del desprecio que sentía por el Ejército Popular republicano, nacido de las milicias obreras de partidos de izquierdas y sindicatos.

Ese Ejército Popular, que en agosto y septiembre de 1936 huía al mínimo riesgo de verse rodeado, pudo cruzar el Ebro en una maniobra militar del más alto nivel. Primero, porque supo recomponer y entrenar, y posteriormente mantener en secreto la presencia de un ejército de 100.000 hombres. Y segundo, porque en una noche supo cruzar un río caudaloso mediante pontones y un esfuerzo de ingeniería de primera calidad, e invadir la ribera opuesta avanzando hasta 50 kilómetros. Pero allí se detuvieron, a las puertas de Gandesa y en la Sierra de Pandolls. Se atrincheraron y aguantaron allí más de tres meses de castigo intenso por parte de un ejército franquista que primero se asustó y después se sintió humillado por la sorpresa.


La mente que estaba detrás de esta ofensiva era la de Vicente Rojo, el jefe del Estado Mayor del Ejército Popular, un militar brillante que destacó en la defensa de Madrid en noviembre de 1936, y que desde entonces había estado en todas las batallas importantes de la guerra. Rojo sabía que la República tenía todas las de perder, y más después de la tremenda ofensiva franquista que había logrado cortar en dos el territorio republicano en abril de 1938. La República estaba dividida y su ejército gravemente afectado por la falta de armamento debido a las restricciones que imponían ingleses y franceses a su importación. Este embargo afectaba oficialmente a todos los beligerantes, pero en realidad sólo lo hizo a los republicanos. 

Sólo México y la URSS apoyaban a la República, pero estaban lejos. Sin embargo, Alemania e Italia, los aliados de Franco, estaban cerca y apostaron mucho por su victoria. El líder fascista Mussolini había enviado a España a sus mejores tropas, 44.000 soldados encuadrados en el Corpo Truppe Volontarie. Hitler, por su parte, había enviado a la Legión Cóndor, una agrupación de élite que encuadraba los aviones y tanques más modernos del momento. Una máquina de matar que se estaba entrenando para la inminente guerra mundial.

Aguantar hasta la próxima guerra mundial
Juan Negrín.
Fue la inminencia de esa guerra mundial la que determinó la estrategia del gobierno republicano, dirigido por el socialista Juan Negrín. Muchos dirigentes republicanos apostaban por la negociación e incluso por una rendición ingenua a cambio de amnistía, como el presidente Manuel Azaña. Negrín también sabía que la guerra no se podía ganar en solitario, pero también sabía que no había que esperar ninguna clemencia por parte de un enemigo que ya había sembrado el terror en media España desde el comienzo de la guerra. Negrín pensaba, acertadamente, que la política agresiva de Hitler acabaría desembocando en la guerra. Por eso su objetivo era resistir y aguantar todo el tiempo posible hasta que la guerra estallase. Las democracias europeas, sobre todo Gran Bretaña y Francia, se convertirían así en aliadas de la República en su lucha contra Franco, aliado de Hitler.

Los acontecimientos internacionales parecían darle la razón. En marzo de 1938 Hitler se anexionó Austria, provocando las primeras alarmas. Pero estas sonarían con todas sus fuerzas a principios de octubre, cuando Hitler amenazó con invadir Checoslovaquia con la excusa de querer defender a la minoría alemana de los Sudetes de unas presuntas agresiones checas que, en realidad, fueron magnificadas por la propaganda nazi. Entre el 26 y el 30 de septiembre de 1938 la paz en el mundo estuvo pendiente de un hilo. Hitler quería la guerra, ese era su objetivo. Los Sudetes le daban igual, eran la excusa perfecta. Pero sus generales tenían miedo y el pueblo alemán no compartía su entusiasmo por volver a vivir una guerra como la que habían sufrido entre 1914 y 1918.

Los Acuerdos de Múnich.
El resto de países europeos tampoco querían la guerra. Por eso se trató por todos los medios de contemporizar y calmar al dictador alemán. Ingleses y franceses estaban dispuestos a sacrificar a los checos para salvar la paz. ¿Hitler quería los Sudetes? Adelante. Sin consultar a los checos, aliados de Francia y Gran Bretaña, el 30 de septiembre llegaron a un acuerdo en Múnich para darle los Sudetes a Hitler y calmar su apetito. La paz en Europa parecía salvada, sin embargo, en España la República estaba sentenciada. 

Negrín sabía que no podría resistir mucho más. Los soldados del Ejército Popular estaban sufriendo una presión inaguantable en el Ebro. A finales de octubre decidió retirar a las Brigadas Internacionales, los voluntarios extranjeros que luchaban con la República contra Franco. La prohibición de extranjeros luchando en la Guerra Civil era una exigencia del Comité de No Intervención, el mismo que, liderado por ingleses y franceses, impedía la importación de armas a la República pero hacía la vista gorda con la ayuda nazi y fascista a Franco. Ahora Negrín quería forzar la situación y obligar con el gesto de la  marcha de las Brigadas Internacionales a que la opinión pública internacional se fijara en la presencia de alemanes e italianos en el ejército franquista y la condenara. El 28 de octubre de 1938 los brigadistas desfilaron por última vez en Barcelona y se marcharon. Pero la Legión Cóndor alemana y los voluntarios italianos se quedaron. No hubo ni un amago por su parte de abandonar España, al menos antes de la victoria de Franco.

Esa victoria estaba cada vez más cerca. Con los suministros agotados y las tropas diezmadas, el Ejército Popular decidió retirarse a sus posiciones anteriores a la ofensiva en el mes de julio. El 13 de noviembre el último soldado republicano cruzó el Ebro de vuelta. La batalla había terminado y la guerra no tardaría mucho en finalizar también.
          
El Ebro fue escenario de una carnicería sin precedentes en la historia de España. Entre el 25 de julio y el 13 noviembre de 1938, casi 17.000 soldados de ambos bandos murieron y más de 60.000 resultaron heridos en la que fue una batalla atroz y sin cuartel, la última gran lucha de una larga guerra que había comenzado dos años antes. Primero el calor asfixiante, la sed y el hambre, y después el frío y la humedad torturaron a los soldados, sobre todo a los republicanos, que se encaramaron en la Sierra de Pandolls y no abandonaron sus rocas con la esperanza de aguantar hasta que estallara la guerra mundial contra nazis y fascistas. Pero esa guerra tardaría aún un poco más en llegar. Los republicanos no pudieron resistir más los continuos ataques por tierra y por aire, las bombas, explosiones y la metralla, y se retiraron. Habían perdido la guerra.


A continuación os ofrezco un enlace al documental "La Batalla del Ebro", basado en el magnífico libro de Jorge M. Reverte. Una excelente visión de la última gran batalla de la Guerra Civil.




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