El
17 de julio de 1793, hace hoy 220 años, murió guillotinada Charlotte Corday en
la Plaza de la Concordia de París. Su crimen había sido el asesinato unos días
antes de Jean Paul Marat, conocido como “La ira del pueblo”. Lo hizo en plena
etapa de efervescencia revolucionaria cuando diariamente morían decapitados supuestos
enemigos del nuevo régimen, una sangría a la que Marat contribuía con sus
escritos.
Jean Paul Marat dijo: "La
libertad debe establecerse a través de la violencia. Ha llegado el momento de
organizar el despotismo de la libertad contra el despotismo de los reyes."
Fue fiel a sus palabras. Desde su periódico L’Ami
du Peuple (El amigo del pueblo) hostigó a todos aquellos a los que
consideraba enemigos de la Revolución. Llamó a la muerte del rey Luis XVI, de aristócratas,
sacerdotes, pero también burgueses y simples ciudadanos que no comulgaban con
el rumbo que iba tomando la Francia revolucionaria.
Uno de los grupos que
sufrían los ataques de Marat eran los girondinos, llamados así porque un número
importante de ellos era originario de la zona de Burdeos y de la región de la Gironda.
Eran en su mayoría diputados burgueses de provincias con importantes intereses
en los grandes negocios que chocaban directamente con la deriva social que
estaba tomando la Revolución Francesa de mano de los Sans Culottes y los jacobinos dirigidos por Robespierre y espoleados por Marat, que dijo “¿de
qué sirve la libertad política para los que no tienen pan? Sólo tiene valor
para los teorizantes y los políticos ambiciosos”.
La lucha entre girondinos
y jacobinos fue tornándose cada vez más sangrienta, hasta que finalmente en
junio de 1793 los girondinos apoyaron una revuelta de las provincias. Esta
rebelión fracasó y provocó la prohibición del club girondino y la persecución
de sus miembros, muchos de los cuales fueron ejecutados a instancias de las
proclamas de Marat desde su periódico.
Charlotte Corday, una
monja que tuvo que dejar los hábitos después de que la Revolución cerrara su
convento, conocía a muchos de estos girondinos. Corday era de Caen, en
Normandía, una provincia norteña lejos de los acontecimientos que se sucedían
en París. Muchos girondinos se refugiaron allí y siguieron reuniéndose y
debatiendo a escondidas. Corday iba a esas reuniones y respiraba el ambiente de
tensión y resentimiento hacia los jacobinos de los refugiados, y en especial
hacia Marat, al que señalaban como el autor intelectual de la muerte de muchos
de sus compatriotas. Corday se fue contagiando del odio y en julio de 1793
marchó a París con un objetivo: matar a Marat.
Un ardid para matar a Marat
Al llegar a la capital
el problema era cómo acercarse a este personaje tan influyente sin levantar
sospechas y poder asesinarlo. Ideó un ardid bastante simple y eficaz. Le mandó
dos cartas en las que se ofrecía a revelar datos de supuestos traidores a la
Revolución. Sin embargo, las misivas quedaron sin respuesta. Corday no podía
esperar más y se presentó en casa del revolucionario el 11 de julio a las siete
de la tarde.
El ama de llaves de
Marat no le dejó entrar y se produjo un forcejeo. El propio Marat intervino y
al reconocer en Corday a la joven que le había enviado las cartas ofreciéndose
a delatar a los traidores, la dejó entrar en su habitación. Marat estaba en una
bañera, desnudo, tratando de aliviar su dolor causado por una Dermatitis
Herpetiforme que contrajo unos años antes mientras se escondía en las
catacumbas de París huyendo de sus enemigos.
Corday comenzó a dictar
su falso chivatazo mientras Marat escribía dentro de su bañera apoyando el
papel en un tablón. Alphonse de Lamartine describió así en su “Histoire des Girondins” lo que sucedió a continuación:
"¡Está bien!"
dicho con el tono de un hombre seguro de su venganza, "¡en menos de ocho
días irán todos a la guillotina!". Con estas palabras, como si el alma de
Charlotte hubiera estado esperando un último delito para convencerse de dar el
golpe, toma de su seno un cuchillo y lo hunde hasta el mango con fuerza
sobrenatural en el corazón de Marat. Charlotte retira con el mismo movimiento
el cuchillo ensangrentado del cuerpo de la víctima, y deja que caiga a sus
pies— "¡A mí, mi querida amiga!"—, y expiró bajo el golpe”.
Corday no pudo escapar,
enseguida fue detenida y a punto estuvo de ser linchada allí mismo por una multitud furiosa porque había asesinado a su héroe. Juzgada sumariamente fue condenada a muerte y llevada a
la guillotina el 17 de julio de 1793. Antes de morir escribió una carta que
ocultó entre sus ropas:
“Dirigido a los
franceses amigos de las leyes y de la paz. ¿Hasta cuándo, oh malditos franceses, os deleitaréis en los problemas y las
divisiones? Ya bastante y durante mucho tiempo los facciosos y bribones han
puesto su propia ambición en el lugar del interés general; ¿por qué, víctimas
de su furor, se han destruido a ustedes mismos, para establecer el deseo de su
tiranía sobre las ruinas de Francia?
Las facciones estallan por todas partes, la Montaña triunfa por el crimen y la opresión, algunos monstruos regados con nuestra sangre conducen estas detestables conspiraciones... ¡Trabajamos en nuestra propia perdición con más celo y energía que el que hemos empeñado jamás para conquistar la libertad! ¡Oh francés, un poco más de tiempo, y no quedará de ustedes más que el recuerdo de su existencia!”
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