Gary Gilmore. |
Gary Gilmore fue atado a una silla y encapuchado con una gran bolsa negra sobre la cabeza. No tenía agujeros. No podía ver nada. Su respiración acelerada tampoco le permitiría escuchar nada, ni siquiera al pelotón de fusilamiento que a seis metros de él le esperaba formado en fila y armado con fusiles Winchester. Cada uno de los verdugos era un policía local, voluntario, y sólo contaba con un cartucho para dar en el blanco. Gary Gilmore iba a morir. Era el 17 de enero de 1977, hace hoy 35 años.
La ejecución de Gilmore ocurrió en el estado de Utah y era la primera en los Estados Unidos después de que la Corte Suprema levantase en 1976 la suspensión de la pena de muerte. El reo fue por el asesinato de dos personas en la tierra de los mormones, que creen firmemente en que los asesinos deben pagar con su propia sangre. Por esta razón en ese estado se fusila a los condenados, para que brote sangre de sus cuerpos.
Sin embargo, lo destacable de este caso era que el propio reo no se había defendido a fondo. No utilizó las posibilidades de recurrir su sentencia en todas las instancias judiciales lo que seguramente sólo habría retrasado su ejecución. Pero lo más importante era que el propio Gilmore apoyó la sentencia. Quería pagar con su muerte por los asesinatos que había cometido.
Éstos ocurrieron el 19 y el 20 de julio de 1976. El primer día por la tarde mató a Max Jensen, un empleado de una gasolinera. La tarde siguiente la víctima fue Bennie Bushnell, el encargado de un motel. Ambos murieron a pesar de seguir las órdenes de Gilmore mientras les encañonaba. Según un testigo, ordenó a Bushnell tumbarse en el suelo con las manos sobre la nuca. Una vez cumplido su deseo le ejecutó a sangre fría. No corría ningún riesgo, tenía a su víctima completamente sometida y podía robar a placer, y aún así lo mató. ¿Era un simple ladrón de carretera o un asesino que buscaba el placer en la sangre ajena?
Gilmore no tardó en ser detenido. Se había herido en la mano mientras disparaba y dejó un reguero de sangre que le delató. Parecía una venganza póstuma de sus víctimas. El 7 de octubre de 1977 fue condenado a muerte. La sentencia le dejaba un margen de elección: la horca o ser fusilado.
Esta sentencia causó un verdadero huracán entre la opinión pública de los Estados Unidos. Miles de personas se movilizaron en contra de la pena de muerte, con el halo todavía reciente de los éxitos del movimiento pro derechos civiles. Enfrente otros miles se manifestaban a favor de la ejecución. Ojo por ojo, decían. Es la ley de Dios.
El 16 de enero de 1977 por la noche Gary Gilmore recibió la visita de su familia. Después tomó su última cena: filete con patatas, leche y café. También le ofrecieron latas de cerveza, pero al parecer prefirió el whisky que un tío suyo consiguió introducir en la prisión de máxima seguridad. A primera hora del día siguiente fue conducido a su patíbulo. Sus últimas palabras fueron “hacedlo ya”.
Minutos después sonó una salva de disparos. Gilmore murió al instante. Cinco balas le habían atravesado el pecho. Aunque quería morir su último deseo no se pudo cumplir. Sería inmortalizado por Norman Mailer y su obra ‘La canción del verdugo’.
Desde el 17 de enero de 1977, desde hace exactamente 35 años, han sido ejecutadas 1.277 personas por diferentes crímenes en el país de la democracia y la libertad. Gary Gilmore fue el primero. Tenía 36 años.
Primera parte de la película "La Canción del Verdugo" (1982)
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