Fue un 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes. Pero los acontecimientos de esa jornada no tenían nada de inocente. Los guerreros francos entraron solemnemente en la antigua ciudad de Barshaluna, la actual Barcelona. Se la habían arrebatado a los musulmanes después de un largo asedio y ahora volvía a pertenecer a la Cristiandad y a su emperador, Carlomagno. Pero hubo algo más. Esta ciudad recién conquistada necesitaba a un señor que la gobernase en nombre del emperador. A un conde, Bera, el primero de una larga lista de un condado que sería la semilla de Cataluña.
Ocurrió en el año 801, hace hoy 1.210 años. Debió ser cuanto menos impresionante. Miles de guerreros francos armados con lanzas y hachas, algunos con espadas y arcos desfilando por las estrechas calles de la ciudad. Una minoría iba a caballo, luciendo carísimas cotas de malla y cascos. Eran la élite de la caballería franca, el arma decisiva del imperio. A los lados de las vías una muchedumbre con el semblante preocupado observaría la escena. Una mezcla de ancianos, mujeres y niños aterrados por la suerte que correrían sus vidas después de la derrota.
Muchos eran musulmanes, convertidos al Islam tras la invasión de árabes y bereberes de la Península Ibérica 90 años antes. En el 711 un ejército musulmán desembarcó en la Bahía de Algeciras y en un ejemplo de movilidad arrasó a sus enemigos atravesando la Península de sur a norte a una velocidad récord. El antiguo orden de los visigodos se desplomó como un castillo de naipes y fue sustituido por el poder de los califas Omeyas en la distante Damasco.
Una nueva religión
El antiguo puerto romano de Barcino, llamado Barshaluna por los musulmanes, fue una de las muchísimas ciudades hispanas que cayeron sin resistencia en manos del Islam que consiguió penetrar hasta la zona llamada Septimania, hoy el sur de Francia. Los habitantes de Barcino, de origen hispanoromano, se adaptaron al nuevo orden igual que sus antepasados se adaptaron al orden visigodo. Pero esta vez adaptarse significaba abrazar una nueva religión.
Había muchas ventajas, ya que los musulmanes estaban libres de pagar ciertos impuestos que se cobraban a los fieles de las “religiones del libro” (cristianos y judíos) como los denominó el profeta Mahoma. Así pues, casi un siglo después de ser incorporada al imperio islámico, Barshaluna estaría poblada en gran parte por musulmanes. Pero ahora, de pronto, las tornas habían cambiado.
Hace 1.210 años los francos entraron en la ciudad y empujaron hacia el sur la frontera entre el Cristianismo y el Islam. Un año antes, en las navidades del año 800, el rey de los francos, el gran Carlomagno, fue coronado emperador de Occidente por el Papa en Roma. Tres siglos después de la deposición del último emperador romano, Europa occidental volvía a tener un emperador y un imperio. Y los cristianos volvían a tener un protector contra sus enemigos. Carlomagno había extendido su poder por un territorio muy extenso y su poder era inmenso. Tanto que incluso sus enemigos le pedían ayuda.
Fue el caso de los gobernantes musulmanes de Barshaluna y de las ciudades de la cuenca del Ebro que se encontraban en guerra con el nuevo emir de Córdoba, Abderramán I, descendiente de los califas omeyas que pocos años antes habían sido exterminados en su patria siria y que trataba de crear un reino propio en la lejana Al-Andalus. Estos gobernantes ofrecieron a Carlomagno sus ciudades a cambio de su protección. Así pues, un ejército franco se presentó ante Barshaluna con el ánimo de cumplir su parte del trato. Sin embargo, el gobernante musulmán se arrepintió y le siguió un largo y espantoso asedio.
La Marca Hispánica
El hambre y las enfermedades hicieron estragos, así que la ciudad se rindió. Había nacido un nuevo domino de Carlomagno que lo organizó como lo que era: una frontera militar contra los enemigos del imperio que alcanzaba hasta orillas del Llobregat. Esa frontera se llamaría marca, y como estaba en la antigua Hispania, se conocería como Marca Hispánica.
Su comandante sería un noble de origen godo llamado Bera y su premio un condado, el de Barcelona. Lo gobernó durante veinte años, hasta que, muerto Carlomagno, su hijo y nuevo emperador Ludovico Pío lo destituyó para juzgarlo por presunta deslealtad. El juicio se hizo a la antigua usanza, de la misma manera que los antiguos germanos dirimían sus enfrentamientos: mediante un duelo.
Bera perdió y fue desterrado, a pesar de que nunca había conspirado contra el emperador ni tenía intenciones independentistas, que sepamos. Sin embargo, ironía del destino, el condado de Barcelona poco a poco se fue haciendo cada vez más autónomo con sus sucesores hasta que otro conde, Wilfredo el Velloso, se independizó de facto del imperio carolignio casi un siglo después de la conquista de Barcelona.
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