Hace casi 1.400 años dos imperios centenarios fueron barridos del mapa por una ola incontenible. Uno de ellos desapareció para siempre. El otro pudo sobrevivir, pero herido de muerte, no recuperó nunca su fuerza y esplendor. Esa ola imparable e invencible cambió para siempre la cultura, la política e incluso a las gentes de las regiones que logró conquistar e introdujo una nueva religión que muy pronto tendría millones de fieles y se extendería por la mayor parte del mundo conocido: el Islam.
En el año 632 murió el profeta Mahoma. Él y sus seguidores habían conseguido unificar las tribus árabes e imponer una religión monoteísta, la tercera y definitiva que revelaría la palabra de Dios. Esta unificación se hizo mediante la espada, luchando desde la ciudad de Medina contra los árabes beduinos que se oponían a seguir a Mahoma. Pero la tenacidad y paciencia del profeta de los musulmanes tuvo su recompensa y logró imponerse en toda la península arábiga justo antes de su muerte. Pero con Mahoma muerto la marea no se iba a detener. La ‘guerra santa’ contra los infieles debía seguir, y con la unificación de los árabes no había hecho más que empezar. Ahora tocaba salir del desierto y avanzar a conquistar el mundo.
Guerrero árabe del s. VII. |
Ese mundo empezaba en la frontera de Arabia con los dos imperios más grandes y poderosos del mundo de la época junto con el chino. Esos imperios eran el romano y el sasánida. Ambos acababan de firmar la paz después de una guerra agotadora de varias décadas de duración que prácticamente había dejado exhaustas a ambas partes.
Dos imperios agotados
Esos romanos se conocerían con el tiempo como bizantinos, pero ellos mismos se consideraban herederos y continuadores del imperio romano comenzado por Augusto, aunque solamente dominaban la mitad oriental del Mediterráneo. La mitad occidental había dejado de obedecer al emperador unos 150 años antes y ahora estaba formado por diferentes reinos germánicos independientes. Pero el Imperio de Oriente era todavía impresionante. Entre sus provincias contaba con las riquísimas Siria y Egipto, y su gran capital, Constantinopla, era con mucho la ciudad más grande del mundo. Aunque durante el siglo VI el emperador Justiniano y su gran general Belisario pudieron recuperar muchos territorios del antiguo Imperio de Occidente (como Hispania, Italia o África), la guerra con los sasánidas había llevado a Bizancio hasta el máximo de sus fuerzas.
Rutas de la expansión musulmana. |
Por su parte, los sasánidas eran los herederos de los partos y del inmenso imperio persa que fue derrotado por Alejandro Magno. En el siglo VII, justo antes de su destrucción, el imperio llegaba desde Mesopotamia hasta las lejanas estepas de Asia central, ocupando todo el territorio de lo que hoy se lama Irán. Eran los enemigos tradicionales de los romanos, contra los que llevaban luchando casi 700 años. Sin embargo, la última guerra había sido brutal. El rey Cosroes II invadió a los romanos y consiguió conquistar las provincias de Siria y Egipto, que estuvieron ocupadas durante más de una década. La Roma de Oriente parecía que iba a caer, pero su nuevo emperador Heraclio pasó a la contraofensiva y finalmente consiguió vencer a costa de una gran destrucción y agotamiento. Al final, las fronteras fueron las mismas de antes del ataque sasánida.
El valle del Yarmuk hoy. |
Una patada a una puerta rota
Esta era la situación estratégica en Oriente Próximo cuando los árabes salieron del desierto y se enfrentaron a los dos imperios. Fue como dar una patada a una puerta rota. Los primeros en sufrir la embestida fueron los romanos. Solamente cuatro años después de la muerte de Mahoma, en el año 636, se celebró la batalla decisiva en el valle del Yarmuk, hoy en Siria. En ese mismo lugar surgió la cerámica hacia el 5.000 a.C. Cinco milenios después una batalla decidiría el destino de esa tierra. Los romanos fueron vencidos y sus tropas arrasadas por unos árabes muy motivados y militarmente muy superiores. El emperador Heraclio se retiró a la Península de Anatolia (hoy Turquía) con la intención de volver, pero nunca más lo hizo.
A la conquista árabe de Siria le siguió la de Egipto, entre los años 639 y 642. Con la caída de ambas provincias (a las que muy pronto seguirían las de África y España) los romanos recibieron un golpe mortal. Aunque Constantinopla todavía resistiría casi mil años más, nunca volvería a ser el imperio que fue. Y las provincias conquistadas tampoco volverían a ser lo que fueron. Al mismo tiempo, los musulmanes vencieron a los sasánidas en la batalla de Qasidiya (hoy en Irak) y en pocos años conquistaron todo el imperio hasta llevar el Islam al corazón de Asia central, a miles de kilómetros de Meca.
La transformación de Oriente Próximo
La conquista árabe transformó para siempre Oriente Próximo. Siria y Egipto habían sido dos regiones clásicas de la cultura grecolatina. En ambas se hablaba griego y latín (entre las clases altas y cultas) y sus habitantes eran ciudadanos romanos. La religión oficial y seguida de manera masiva era el cristianismo. No había nada importante y trascendente que las diferenciara de otras regiones romanas en Europa. En esa época el Mediterráneo, el ‘mare nostrum’ romano, unía las provincias. Pero tras la conquista musulmana ese mar se convirtió en frontera entre dos culturas y Oriente Próximo pasó de ser un bastión de la cultura grecolatina a ser el corazón del Islam.
Restos romanos en Oriente Próximo. |
La conquista militar fue rápida, pero la asimilación cultural fue lenta y sutil. Los árabes no impusieron su religión. Simplemente invitaban a los conquistados a adoptarla, y los que no querían sólo tenían que pagar un impuesto añadido. Con el tiempo el árabe sustituyó al latín y al griego como lengua burocrática y de las clases altas, y en pocas generaciones el Islam se había convertido en la religión y la cultura predominante en la zona.
Hoy tanto Siria como Egipto son los dos países árabes más importantes y la religión y cultura imperante es la musulmana. Solamente quedan algunos restos de la antigua hegemonía cristiana de esa tierra, de la que los coptos de Egipto son los últimos herederos.
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