27/10/11

NAPOLEÓN EN BERLÍN


Hace 205 años, el 27 de octubre de 1806, los franceses conquistaron Berlín. Fue un hecho histórico sin precedentes y supuso la práctica derrota de Prusia, un Estado más que se caía de la larga lista de enemigos de Napoleón. Pero en este caso la proeza del emperador francés fue aún más grande, ya que derrotó al que se suponía el mejor ejército de Europa en tan sólo 19 días.

Napoleón sabía que había hecho historia, y como ya venía siendo habitual en su régimen, mandó retratar su entrada en Berlín con fines propagandísticos. En 1810 el pintor francés Charles Meynier terminó un cuadro monumental en el que se representa la escena histórica del emperador pasando por debajo de la Puerta de Brandemburgo. El lienzo refleja el desfile del ejército francés presidido por un Napoleón sereno y majestuoso vestido con su típica y austera casaca militar verde, y por supuesto ataviado con su clásico sombrero. Es una figura sobria y seria que contrasta con la pompa y la elegancia de sus oficiales de estado mayor que le siguen en tropel. 
Cuadro de Charles Meynier, Napoleón entrando en Berlín (1810).

El cuadro refleja también una curiosa actitud contradictoria por parte de los derrotados berlineses que habían acudido a ver a Napoleón entrando en su ciudad. Por un lado, y bañados por la luz del sol, un grupo de prusianos –en su mayoría mujeres- saludan a su nuevo señor. Mientras, detrás de ellos y casi escondidos en la sombra, otro grupo se lamenta y sufre visiblemente por la derrota. Son las dos caras de la misma moneda: por un lado Napoleón representaba para muchos europeos el adalid de las ideas de la Revolución Francesa y el portador del progreso y la libertad, mientras que para otros era un tirano extranjero que iba a explotar a su país.

Una declaración de guerra tardía
Napoleón Bonaparte.
Los prusianos declararon la guerra a Francia tarde, por una mezcla de orgullo nacional herido y temor. El año anterior, en diciembre de 1805, Napoleón había derrotado espectacularmente a austriacos y a rusos en la famosa batalla de Austerlitz. Ambos imperios habían invitado a los prusianos a participar en la coalición contra los franceses, pero los prusianos se negaron. Ahora Napoleón les había derrotado y Austria se rindió. El emperador francés era el dueño de Alemania, que entonces no existía como Estado unificado. Estaba formado por cientos de pequeños estados y ciudades independientes englobados de manera casi simbólica en el Sacro Imperio Romano Germánico, cuyo emperador y protector era el monarca de Austria.

Al derrotar a los austriacos, Napoleón pudo actuar a su antojo en el territorio alemán. Pare empezar abolió a la gran mayoría de los pequeños estados y los unificó en reinos más grandes pero lo suficientemente débiles como para que dependieran de Francia, como por ejemplo Baviera o Würtemberg. Después, en julio de 1806 decretó la creación de la Confederación del Rhin, lo que suponía la una unión de estos estados alemanes prácticamente vasallos de Francia. En agosto de ese año Napoleón dio un paso más y disolvió al milenario Sacro Imperio Romano Germánico.
Soldados prusiano derrotados huyendo.
Los prusianos estaban atemorizados: Napoleón, un francés y encima un plebeyo que había usurpado el trono, estaba dictando su voluntad a los alemanes. Demasiado para los orgullosos prusianos que tan sólo una generación antes habían derrotado a sus enemigos –entre ellos a los franceses- gracias al genio de Federico el Grande y a su ejército, considerado el mejor de Europa por su disciplina y eficacia. Prusia declaró la guerra a Francia y el 8 de octubre de 1806 Napoleón y su “Grande Armée” invadieron su territorio.

Fue la primera ‘guerra relámpago’ de la historia. En pocos días las orgullosas tropas prusianas fueron aplastadas en las batallas de Jena y Auerstädt, donde 160.000 franceses derrotaron a 250.000 enemigos, de los que 150.000 fueron hechos prisioneros. El antaño poderoso y temido ejército prusiano había sido borrado del mapa. No hubo más batallas. Lo que siguió fue una persecución imparable de los soldados prusianos que lograron huir, una persecución que no se detuvo hasta muchos cientos de kilómetros más al este, ya en territorio de Rusia, el último adversario que le quedaba a Napoleón en el continente Europeo.

Tras la conquista de Berlín Napoleón llegó al cénit de su poder en Europa. Francia era la mayor potencia del continente y del mundo. Ya nada parecía que iba a poder hacerle frente. Pero pocos años después, entre los campos de España y la estepa helada de Rusia, empezaría su declive.

 Hoy, el famoso sombrero del gran corso está en una vitrina del Museo de Historia de Alemania en Berlín.

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