
Casi nadie había dormido en las últimas horas. Todo era muy confuso. La falta de información provocaba la difusión incontrolada de rumores. Que si la rebelión había fracasado. Que si había triunfado. Los medios de comunicación eran aún bastante rudimentarios por lo que nadie sabía a ciencia cierta qué estaba pasando. Pero debía ser muy grave. El presidente del Gobierno, Santiago Casares Quiroga había dimitido en la noche del sábado al domingo. Le había sustituido Martínez Barrio. Las líneas telefónicas entre Madrid y las provincias echaban chispas. Todo seguía siendo muy raro.

Todo el mundo estaba en la calle, al menos en los barrios obreros. Los sindicatos habían movilizado a sus afiliados. La UGT y la CNT sumaban miles de obreros listos para salir en defensa de la República, o al menos de la República que ellos querían defender. Debía ser de los trabajadores, socialista y revolucionaria. Tenían hombres, algunas armas y, sobre todo, voluntad. Enfrente, el Gobierno y la policía estaban paralizados. La calle era de las masas.
El domingo 19 de julio por la tarde una noticia corrió de boca en boca entre esas masas: los militares también se habían sublevado en Madrid, en el cuartel de la Montaña, en Moncloa. El general Fanjul había entrado vestido de paisano junto a su hijo para movilizar a los soldados contra la República. La mayoría eran pobres reclutas que hacían allí el servicio militar, pero estaban comandados por oficiales que odiaban al Frente Popular y muy pronto se vieron también acompañados de cientos de falangistas madrileños que acudieron al cuartel a apoyar la sublevación.
Fanjul actuó de manera negligente y muy lenta desde el punto de vista de sus planes, ya que cuando quiso salir con su tropa para tomar las posiciones que le habían encomendado no pudo. Estaban rodeados por miles de madrileños que no iban a permitir que el golpe de estado triunfase en la ciudad. Apenas tenían armas y casi nadie había recibido entrenamiento militar, pero estaban asediando a los sublevados. Ese domingo Fanjul no salió. La sublevación estaba arrinconada en su madriguera.
Continuará.
Gran relato para uno de los peores días de nuestro querido país.
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