Sebastián de Morra. |
El visitante que llegaba al Palacio del Buen Retiro de Madrid debía quedar impresionado. La corte debía reflejar el dominio del monarca sobre el mundo. Este era uno de los objetivos del Conde Duque de Olivares, que quería que su señor, el rey Felipe IV también llamado el ‘Rey Planeta’, proyectara la imagen de un monarca todopoderoso y señor del mayor imperio conocido en el siglo XVII. Por eso el palacio albergaba a decenas de nobles, funcionarios, criados, artistas y ... enanos.
Los enanos, o bufones, daban prestigio a las cortes europeas y la española no podía ser menos. Decenas de personas pequeñas, víctimas de enfermedades o de la desnutrición, poblaban los pasillos de palacio. Su labor era entretener a los cortesanos, figurar, ser vistos, acompañar a los poderosos, en definitiva, dar un toque exótico a la vida de palacio. Eran los ‘raros’, personas que físicamente se diferenciaban de los demás, de los ‘normales’, que precisamente se burlaban de ellos por su aspecto, y también por la envidia que provocaban.
El Niño de Vallecas. |
Debido a su cercanía y presunta inocencia, muchos bufones conseguían convertirse en personas de confianza de los monarcas y de los nobles más poderosos de palacio. Esto les proporcionaba un gran poder en un entorno cerrado como el mundo cortesano, donde los rumores creaban opiniones y las opiniones eran ley. Esta cercanía al poder les convertía en confidentes y en espías, y más de una carrera fue truncada o favorecida por estos menudos personajes.
Los enanos de la corte vivían bien, muy bien incluso, mucho mejor que la inmensa mayoría de la población europea de la época. En un mundo en el que prácticamente todo el mundo vivía del campo y de sus cosechas, la comida dependía de los caprichos de la meteorología. Así, un año había abundancia mientras que al siguiente había hambre. Los bufones de palacio no sufrían esa irregularidad. Siempre había comida en su plato, y además de la cara: carne y pescado incluido, lo que muy pocos saboreaban alguna vez en su vida.
Juan Calabazas. |
Los bufones eran habitantes habituales e imprescindibles de la corte, y como tales han sido reflejados en los cuadros de la época. El pintor del rey, el genial Velázquez, retrató a numerosos de estos enanos, y lo hizo respetando una dignidad y un porte que refleja la importancia real de estos personajes en el entorno del rey más poderoso del mundo. Es el caso de Juan Martín Martín, también conocido como “Juan de Calabazas” o “el Bufón Calabacillas”. Este personaje sufría estrabismo y trabajaba en la corte de Felipe IV después de hacerlo para el segundo hombre más poderoso del reino, el Duque de Alba. Toda una carrera profesional envidiada por más de un cortesano.
Mari Bárbola, en Las Meninas. |
Hay otros muchos nombres de bufones retratados por Velázquez, como Sebastián de Morra o Francisco Lezcano (“El niño de Vallecas”), pero probablemente la mejor muestra del papel que jugaban los enanos en la corte española queda reflejada en el cuadro más emblemático del artista sevillano, el conocido como “Las Meninas”. Esta pintura representa una ‘fotografía’ de la vida privada de los reyes y de su familia más íntima. En ella ocupa un lugar central una enana conocida como Mari Bárbola. Era la acompañante de la infanta María Margarita y con ella compartía los momentos íntimos de la familia real como el retratado en “Las Meninas”. Esto le ha valido la inmortalidad.
Otra gran entrada para el blog, muy buena crónica compañero. Y eso que los verdaderos bufones fueron los últimos Austrias, sobretodo Carlos II je,je. En fin "pon un enano en tu vida..."
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