Hubo hace mucho tiempo un centinela griego que vigilaba las montañas de Uzbekistán. Se moría de sed y calor en verano, y de frío y hambre en invierno. Su vida corría peligro constante, ya que un despiste, una simple cabezada durante su turno de guardia podía suponer el desastre y la muerte. Pero lo que más le mataba era la tristeza. No podía dejar de pensar en su mujer y en sus hijos que había dejado atrás en su Macedonia natal seis años antes. Y de por qué estaba allí, en la fortaleza de Kurgansol: había acompañado a Alejandro Magno en su conquista del mundo.
Todo comenzó en el año 334 a.C., cuando el centinela se despidió de su mujer y de sus hijos convencido de que volvería pronto para encargarse de la cosecha. Este soldado cruzó la actual Turquía; derrotó a los persas en el Gránico; entró en lo que hoy es Siria y el Líbano; volvió a derrotar a los persas en la batalla de Isos; asedió y destruyó la ciudad fenicia de Tiro; conquistó Egipto; atravesó lo que hoy es Irak e Irán; conquistó Babilonia; derrotó a los persas otra vez en Gaugamela; incendió Persépolis; y se enfrascó en una lucha de guerrillas interminable y agotadora en Bactria, territorio que hoy conocemos como Afganistán y Uzbekistán. Fueron más de seis años de luchas y más de 7.000 kilómetros de marchas a pie y sin descanso.
Recreación del fuerte de Kurgansol |
Entonces, en el año 328 a.C., a orillas del río Oxo en lo que hoy es Uzbekistán, el rey Alejandro decidió que su imperio tendría allí su frontera septentrional. Para ello mandó construir seis fuertes para proteger sus comunicaciones y vigilar que se cumpliera el pago de impuestos. Uno de esos fuertes es el de Kurgansol, y el centinela fue destacado allí para vigilar la nueva frontera de su rey. Había sido, literalmente, dejado en la estacada.
Kurgansol está en el fin del mundo. Una ruina en lo alto de un monte desde el que se divisan kilómetros y kilómetros de tierra árida y montañas. Los ojos del centinela no verían nada de vegetación, sus oídos no oirían más que silencio y su cara agrietada y tostada por el sol estaría castigada por las rachas de aire caliente. Aburrimiento y rabia. Había sido abandonado.
Los grandes nombres de la historia siempre serán recordados, honrados y estudiados por todas las generaciones. Pero siempre se olvida que esos grandes nombres se forjaron a costa del destino de otros muchos, miles, de nombres desconocidos.
El imperio de Alejandro se desquebrajó muy poco tiempo después de su muerte en el año 323 a.C. Sus sucesores no cesaron de luchar entre sí hasta que se debilitaron y fueron engullidos uno por uno por sus vecinos más poderosos, desapareciendo para siempre el gran imperio griego que tanta sangre costó.
El centinela ya no tenía ningún imperio que proteger. Sin embargo, es posible que algún uzbeko de hoy tenga entre sus antepasados a un soldado macedonio que se despidió de su familia para un corto servicio militar, y que nunca volvió a su casa.
Muy chulo el texto, además con vídeo y todo!
ResponderEliminarInteresante cómo se olvida la historia de personas anónimas que tuvieron tanta importancia.
Un beso!
He sentido la soledad del centinela, Michael, y he comprendido que los grandes hombres, incluso los Magnos hombres, consiguieron ser tan importantes gracias al apoyo de otros miles de hombres anónimos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias por vuestros comentarios. Todas las acciones tienen consecuencias, sobre todo las de los líderes. Se olvida con mucha facilidad que nos necesitamos los unos a los otros para cualquier acción en nuestras vidas. Lo malo es que demasiadas veces los más fuertes abusan de la mayoría, también en su carrera hacia el éxito.
ResponderEliminarSaludos
Es triste pensar en sencillos pastores reconvertidos en soldados, que después de sobrevivir a tantas batallas siguiendo a un futuro Dios quedaron relegados a vigilar un paso de montaña a miles de kilómetros de su gente...Muy bueno el texto compañero
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